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Por: Miguel Núñez

Este artículo forma parte de la serie «95 tesis para la iglesia de hoy» del Pastor Miguel Núñez

Basada en Hechos 3:19

Algo que llama poderosamente la atención en los sermones, en los llamados a la salvación, en los esfuerzos evangelísticos, es que la palabra “arrepentimiento” brilla por su ausencia. No podemos llegar a un estado de salvación sin arrepentimiento. Tanto en el griego como el hebreo, la palabra “arrepentimiento” tiene connotaciones especiales. En el caso del griego, metanoia es la palabra e implica un cambio de mente: yo he cambiado mi forma de pensar con relación a lo que es la vida de pecado o el hábito pecaminoso. Y una de las palabras en el hebreo es shuX, la cual implica dolor: me ha dolido lo que he hecho.

Por tanto, cuando la persona se convierte, experimenta un gozo como fruto de su nueva vida. Pero en la medida que experimenta la salvación, también experimenta dolor por lo que ha vivido, por los pecados que había permitido en su vida anterior. A veces hay llanto, y otras veces hay llanto con lágrimas del corazón. Pero hay también una forma nueva de pensar, y eso va a implicar, en términos de la vida práctica, que no solamente me alejo del pecado, sino que ahora me acerco a Dios.

Así es como la Palabra, frecuentemente, presenta la nueva vida; implica no solamente haber dejado la práctica pecaminosa anterior, sino acercarme ahora a Dios de tal forma que otros puedan ver en mí, en mi caminar, en mi vida, frutos evidentes puedan ver en mí, en mi caminar, en mi vida, frutos evidentes de conversión. Y algunos de esos frutos se manifiestan, justamente, por la forma santa como quiero vivir; por deseos de leer la Palabra, de escudriñarla; por deseos de pertenecer a una iglesia local, a un cuerpo de creyentes, a los cuales les voy a rendir cuentas y voy a ser miembro integral; voy a querer bautizarme, voy a querer obedecer los mandamientos que debe obedecer el verdadero discípulo de Cristo. Todo eso está bajo lo que es arrepentimiento, con las implicaciones futuras, después de haberme arrepentido. Por eso el apóstol Pedro instruía a aquellos que le escuchaban, diciendo: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, para que tiempos de refrigerio puedan venir de parte de Dios” (Hechos 3:19). Nota la relación “arrepentíos y convertíos”; esas dos acciones siempre van de la mano. Si no lo has hecho ¡Piénsalo! ¡Medítalo! ¡Óralo! ¡Y arrepiéntete!


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