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Por: J.C. Ryle

Leer Juan 4: 31 – 42

Estos versículos son de gran estímulo para aquellos que trabajan por el bien de las almas. Leemos que nuestro Señor describió al mundo como campos listos “para la siega”, y luego dijo a sus discípulos: “El que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna”.

Trabajar por el bien de las almas de los hombres va indudablemente acompañado de grandes decepciones. El corazón del hombre natural es duro e incrédulo. La ceguera de la mayoría de los hombres ante su propio estado de perdición y su peligro de destrucción es algo indescriptible: “Los designios de la carne son enemistad contra Dios” (Romanos 8:7). Nadie puede hacerse una idea exacta del desesperado endurecimiento de los hombres y las mujeres hasta que ha intentado hacerles ese bien. Nadie puede concebir lo pequeño que es el número de los que se arrepienten y creen hasta haberse esforzado personalmente por “[salvar] a algunos” (1 Corintios 9:22). Suponer que todo aquel a quien se hable de Cristo y se le pida que crea se convertirá en un verdadero cristiano es una mera demostración de ignorancia infantil. “¡Pocos son los que hallan el camino estrecho!”. El obrero de Cristo descubrirá que la gran mayoría de esos hombres entre los que trabaja son incrédulos e impenitentes, por mucho que se haga. “Los muchos” no irán a Cristo. Estos son hechos descorazonadores. Pero son hechos, y es preciso conocerlos.

El verdadero antídoto contra el desánimo en la obra de Dios es recordar constantemente promesas como la que tenemos ante nosotros. Hay un “salario” preparado para los segadores fieles. Recibirán una recompensa en el último día que superará con creces todo lo que hayan hecho por Cristo; una recompensa que no será proporcional a los resultados que hayan obtenido, sino a la cantidad de su trabajo. Están recogiendo un “fruto” que perdurará cuando este mundo haya pasado: fruto en algunas almas salvadas, aunque muchos no crean, y fruto en las evidencias de su propia fidelidad que se presentarán ante todas las naciones reunidas. ¿Tenemos las manos caídas y las rodillas paralizadas? ¿Tenemos tendencia a decir: “Mi labor es en vano y mis palabras no son de provecho”? En épocas como esas, descansemos en esta gloriosa promesa: Hay un “salario” aún por pagar. Hay un “fruto” que se mostrará. “Somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden” (2 Corintios 2:15). Sigamos trabajando. “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmo 126:6). Una sola alma que se salve sobrevivirá a todos los reinos del mundo y pesará más que ellos.

*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo. 


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