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Por: Joel Beeke

Debemos promover la piedad por la forma en que hablamos. Podemos hacer bastante bien dirigiendo la adoración familiar y hablando de cosas espirituales, pero ¿condenamos a nuestro presidente, nos quejamos de nuestros trabajos, encontramos faltas en otras personas, o criticamos a los líderes de nuestras iglesias? ¿Cómo afectará a nuestros hijos tal desconexión tan grande? ¿Aprenderán también a sacar de la misma boca la mezcla mortalmente venenosa de palabras piadosas y amargas, «bendición y maldición […] agua dulce y amarga […] agua salada y fresca» (Stg. 3:8-13)?

¿Confiarán grandemente en nuestras bellas palabras cuando dirijamos la adoración familiar? «Hermanos míos, estas cosas no deben ser así» (v. 10b). La lengua debe ser controlada. Debemos tener como meta no hablar nunca de nadie negativamente delante de nuestros hijos. Hay un lugar para hablar de las faltas y errores de la gente de una manera constructiva, especialmente a solas con nuestros cónyuges. Pero incluso entonces, debemos tratar de mantener casi todas nuestras conversaciones sobre otras personas de manera caritativa y positiva.


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