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Por: Jonathan Edwards

Este artículo forma parte de la serie: «365 días con Jonathan Edwards«

«Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos sal. vos por su vida» (Romanos 5:10).

Cristo jamás hizo nada que manifestase su amor al Padre de una forma tan nítida como cuando entregó su vida, sometido a unos sufrimientos tan indescriptibles, en obediencia a su mandato y en reivindicación del honor de su autoridad y su majestad.[…] Y, sin embargo, aquello fue la mayor expresión de su amor a los pecadores que estaban enemistados con Dios: «Siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo» (Ro 5:10).

Nada deja más de manifiesto la grandeza del amor de Cristo hacia ellos que su muerte. Esa sangre de Cristo, que cayó a tierra en gruesas gotas, en su tormento, se derramó por amor a los enemigos de Dios y a los suyos propios. Esa vergüenza y ese oprobio, ese tormento físico, y ese dolor extremo, hasta la muerte, que soportó en su alma, fue lo que hizo por amor a los réprobos contra Dios, a fin de salvarlos y comprar la gloria eterna para ellos.

Jamás mostró Cristo de manera más eminente su estima del honor de Dios, como al ofrecerse a sí mismo como víctima para justicia. Y, sin embargo, en esto, por encima de todo, manifestó su amor hacia quienes habían deshonrado a Dios, habiendo contraído tal culpa que solo la sangre de él podía expiarla.

(De «La Excelencia de Jesucristo», p. 684).

*Jonathan Edwards (1703 – 1758). Predicador norteamericano congregacionalista, usado por el Señor en el Gran Despertar ; nacido en East Windsor, Condado de Connecticut, puedes leer más de su biografía en este enlace.


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