Por: J.C. Ryle
Debemos señalar la inutilidad de cualquier religión basada únicamente en el formalismo. La mujer samaritana, cuando fue despertada a las cuestiones espirituales, comenzó a preguntar acerca de los respectivos méritos de las modalidades de adoración a Dios que practicaban los samaritanos y los judíos. Nuestro Señor le dice que la adoración verdadera y aceptable no depende del lugar en que se ofrece, sino del estado del corazón del adorador. Declara: “La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre”. Añade que “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad”.
Jamás se puede recalcar lo suficiente a los cristianos profesantes el principio contenido en estas frases. Todos tenemos la inclinación natural a convertir la religión en una mera cuestión de ceremonias y formas externas y a atribuir una importancia desproporcionada a nuestra forma particular de adorar a Dios. Debemos cuidarnos de este espíritu, y especialmente cuando empezamos a preocuparnos seriamente por nuestras almas por vez primera. El corazón es lo principal cuando abordamos a Dios: “Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7). El más espléndido culto en una catedral es ofensivo a los ojos de Dios si todo se hace fría e insensiblemente y sin gracia. La más débil reunión de tres o cuatro creyentes pobres en una choza para leer la Biblia y orar es más aceptable a los ojos de Aquel que escudriña el corazón que la congregación más multitudinaria que se haya reunido en S. Pedro en Roma.
*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo.
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Que los verdaderos oradores adoran al padre en espíritu y verdad tener un corazón entregado a Dios un amor por nuestro padre sincero de corazón sentir su presencia del espíritu santo no lo podemos ver pero sentirlo si su presencia nos llena todo nuestro ser