Por: Charles Stanley
Todos los padres buenos quieren proteger a sus hijos. Sin duda, usted puede recordar historias de padres que han entrado en una casa en llamas para rescatar a un hijo o le han donado un órgano, o se han sacrificado para dar a sus hijos una vida mejor y más segura. Historias como estas no solo son conmovedoras, sino también alentadoras: nos recuerdan que Dios es el responsable de nuestra seguridad. Los padres terrenales se esfuerzan mucho para proteger a sus hijos, pero nuestro Padre celestial hace mucho más de lo que podríamos pedir o imaginar (Ef 3.20).
Observemos las cualidades que David atribuye a Dios en los versículos de hoy. Llama a Dios su fortaleza, su roca, su fuerza y su escudo, por citar solo algunas. Cuando pensamos en la presencia del Señor en nuestra vida, es posible que estas no sean las primeras características que nos vengan a la mente. Sin embargo, son fundamentales para comprender su papel como nuestro protector supremo. Comprender tales atributos divinos puede ayudarnos a apreciar a Dios más profundamente y a fortalecer nuestra fe.
Ya sea que usted haya experimentado la protección de un buen padre o no, en Dios tiene un Padre fuerte al que puede recurrir en momentos de dificultad (Sal 34.17). Él estará con usted en cada situación y promete sacar algo bueno de todas ellas.