Por: Thomas Brooks
Este artículo forma parte de la serie: Enmudecido bajo la disciplina de Dios.
Consideren primero que hay infinitamente más maldad en el menor pecado que en las mayores miserias y aflicciones que les pueden sobrevenir. Ciertamente, hay más maldad en el menor pecado que en todas las angustias que han venido sobre el mundo e incluso que en todas las miserias y tormentos del infierno. El menor pecado es una ofensa para el gran Dios; es malo para el alma inmortal; es una violación de la justa ley; no puede ser limpiado, sino por la sangre de Jesús; puede dejar el alma fuera del cielo y encerrar el alma como prisionera en el infierno por los siglos de los siglos.
Proverbios 8:35: «Porque el que me halle, hallará la vida, y alcanzará el favor de Jehová».
Santiago 3:5, 11: «Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¿cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! […] ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?>>>
1 Juan 1:7: «Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado».
1 Juan 3:4: «Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley».
El menor pecado debe ser evitado y prevenido en lugar de los mayores sufrimientos. Si esta víbora no es aplastada en el huevo, pronto se convertirá en una serpiente. El pecado, si tan solo se piensa y se considera, estallará en la acción, la acción en la costumbre, la costumbre en el hábito, y entonces tanto el cuerpo como el alma se pierden irrecuperablemente para toda la eternidad.
El menor pecado es muy peligroso. César fue apuñalado con punzones; Herodes fue devorado por pequeños gusanos; el Papa Adriano se asfixió con un mosquito. Un ratón es pequeño, pero mata a un elefante si se mete en su trompa; un escorpión es pequeño, pero es capaz de picar a un león hasta la muerte. Aunque el leopardo sea grande, es envenenado con una cabeza de ajo; la menor chispa puede consumir la casa más grande; la menor fuga puede hundir el barco más grande; un brazo entero puede ser gangrenado por un pinchazo en el dedo meñique; una pequeña puerta abierta puede traicionar a la ciudad más grande; una pizca de veneno se difunde en todas partes hasta que estrangula los espíritus vitales y saca el alma del cuerpo.
Si la serpiente solo puede escabullir su cola con un pensamiento maligno, pronto sorprenderá al alma, como ven en ese triste caso de Adán y Eva. Los árboles del bosque-dice uno en una parábola- tuvieron una junta solemne, en la que abordaron las innumerables injusticias que el hacha les había hecho. Por lo tanto, tomaron medidas en que ningún árbol le prestara al hacha de aquí en adelante un cabo, bajo pena de ser cortado.
La cabeza del hacha subía y bajaba por el bosque, mendigando madera de cedro, roble, fresno, olmo e incluso álamo; pero nadie le prestaba ni un trozo. Al final solo pidió lo necesario para poder cortar las zarzas y los arbustos, alegando que tales arbustos no hacían más que succionar la esencia de la tierra, de modo que obstaculizaban el crecimiento y oscurecían la gloria de los hermosos y bonitos árboles. En estos términos, todos los árboles acordaron darle lo necesario. La cabeza del hacha pretendió una reforma completa, pero he aquí una triste deformación, pues cuando obtuvo su cabo o mango, el cedro, el roble, el fresno, el olmo y todo lo que se ponía en su camino fue derrumbado.
Tales son las sutiles extensiones del pecado; promete eliminar las zarzas de las aflicciones y turbaciones que obstaculizan el alma de esa esencia-la dulzura, el consuelo, el deleite y el contentamiento que de otra manera podría disfrutarse, pero cede en ese momento un poco al pecado, y en vez de cortar sus aflicciones, cortará su paz, sus esperanzas, sus consuelos e incluso cortará sus preciosas almas. ¿Qué es la abertura de la vena al sangramiento del cuello, o el rasguño sobre la mano a la puñalada en el corazón? No más son las aflicciones más grandes a los pecados más pequeños.
Por lo tanto, cristianos, nunca usen los cambios pecaminosos para librarse de sus aflicciones, sino más bien enmudezcan y guarden silencio bajo ellas, hasta que el Señor los libere.
Tomado del libro de Thomas Brooks “El cristiano enmudecido bajo la disciplina de Dios”, vea detalles del libro HACIENDO CLIC AQUÍ.
*Thomas Brooks (1608-1680): Predicador congregacional; autor de Preciosos remedios contra las artimañas de Satanás (Precious Remedies against Satan’s Devices). Lee más datos biográficos EN ESTE ENLACE.
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