Por: L.R. Shelton Jr
El verdadero evangelio de la gracia de Dios requiere arrepentimiento, o sea que tienes que deponer tus armas de rebelión delante de Dios. Aquí es donde aprendes a aceptar tu responsabilidad por tus pecados y tu condición perdida. No puedes echarle la culpa a tu madre, a tu esposa, tu marido, tu hermana, tus hijos, tu ambiente, ni a tu propia incapacidad, sino que tú mismo tienes que aceptar tu culpa y declarar tu culpabilidad delante de Dios. Tienes que confesarle los detalles específicos, no generalidades: “¡Dios, oh mi Dios, robé aquellas cosas, tomé tu nombre en vano, mentí, cometí fraudes, no aguanto a mi madre, no aguanto a mi hermana, soy un adúltero, soy una adúltera, soy culpable de incredulidad y de mi naturaleza tan mala!” ¿Ves? Así se confiesan los pecados. Se expone totalmente delante de Dios todo lo que hay en el corazón y se acepta la responsabilidad por los pecados. Efectivamente, nos acercamos a Dios como lo hizo David en el Salmo 51:4: “Contra ti, contra ti solo he pecado. Y he hecho lo malo delante de tus ojos”.
Segunda Corintios 7:11 describe el arrepentimiento que agrada a Dios y que produce en nosotros una tristeza que agrada a Dios, porque es una tristeza por haber pecado contra Dios. Lo describe como un arrepentimiento que produce solicitud, defensa, indignación, temor, afecto ardiente, celo y vindicación. Esta tristeza que agrada a Dios produce estos frutos del arrepentimiento a medida que el Espíritu Santo va obrando en nosotros, mostrándonos nuestros pecados delante de Dios.
Primero, obra una solicitud en nosotros —solicitud por confesar cada pecado y presentarle a Dios todo lo que hay en nuestro corazón.
Segundo, obra una defensa de lo justo delante de Dios —esto es ser sincero con Dios, confesándole todo, sin esconderle nada, abandonando cualquier defensa de nosotros mismos y aceptando que somos culpables de nuestros pecados.
Tercero, tenemos la palabra indignación —indignación contra el pecado, un odio contra él, un clamor en su contra y un huir de él.
Cuarto, vemos la palabra temor —el temor al pecado, el temor de pecar y el temor de añadir iniquidad sobre iniquidad.
Entonces surge un ardiente afecto —el deseo de no tener nada más que ver con el pecado y el anhelo de conocer a Cristo. En otras palabras, ansiamos a Cristo y la salvación más que a cualquier otra cosa en el mundo.
Luego vemos el celo —un celo por luchar contra el pecado y huir de él.
Y por último, está la palabra vindicación —un cuidado por reconocer la justicia de Dios en enviarnos al infierno como castigo por nuestros pecados.
Fragmentos tomados del libro «El verdadero evangelio de Cristo vs.. el evangelio falso del cristianismo carnal – L. R. Shelton Jr«, puede descargar el libro EN ESTE ENLACE.
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