Por: Tim Challies
Una de las cosas más difíciles y más contraculturales a las que Jesús nos llama es a amar a nuestros enemigos: a hacer a los demás lo que quisiéramos que nos hicieran a nosotros (Lucas 6:31). Debemos tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros, porque el verdadero amor se caracteriza por el desinterés: no actúa primero por el bien propio, sino por el bien del otro. Para asegurarse de que entendemos cómo es este amor verdadero, Jesús lo contrasta con un tipo de amor fraudulento. Nos da tres pequeños ejemplos de acciones que pueden tener apariencia de amor, pero que son esencialmente una especie de transacción en la que hacemos el bien a los demás solo para que ellos nos hagan el bien a nosotros. Y me parece que las instrucciones de Jesús para relacionarnos con nuestros enemigos son palabras que necesitamos oír cuando nos relacionamos con nuestros cónyuges. A veces, «ama a tu enemigo» significa realmente «ama a tu cónyuge».
El primer ejemplo: si amas a los que te aman, ¿en qué te beneficia? No hay nada extraordinario en amar a quienes te aman. Y realmente, esa es la base de lo que pasa por amor en tantas relaciones. Es la actitud de «Te rascaré la espalda si tú rascas la mía». Y lo que eso significa realmente es: «Te rascaré la espalda mientras tú rasques la mía». Mientras esa persona haga lo que es bueno para ti, tú harás lo que es bueno para ella, pero en cuanto deje de hacer lo que es bueno para ti, tú dejarás de hacer lo que es bueno para ella. Pero es obvio que ¡eso no tiene nada de especial! No necesitas seguir a Jesús para relacionarte con alguien de esta manera.
El segundo ejemplo: si haces el bien a los que te hacen el bien a ti, ¿en qué te beneficia eso? ¡No es ningún beneficio! ¿Por qué? Porque el beneficio está ligado a la naturaleza transaccional de esta relación. Si ellos hacen lo que es bueno para ti, tú harás lo que es bueno para ellos. Pero, de nuevo, si ellos dejan de hacer lo que es bueno para ti, ¡tú dejas de hacer lo que es bueno para ellos! ¿Es esto amor verdadero? No, en realidad es amor propio, porque se basa en esta relación: les darás lo que quieren para que puedas conseguir lo que quieres. Es simplemente encontrar la manera de servirte a ti mismo, incluso en el matrimonio.
El tercer ejemplo: Si prestas a aquellos de quienes esperas recibir, ¿qué mérito tienes? Puede parecer que has hecho un gran acto de generosidad, pero no es generoso en absoluto si piensas más en lo que puedes obtener de la transacción que en el bien que puedes hacer a la otra persona. Eso no es amor, sino codicia, porque consiste esencialmente en llevar un registro de las transacciones para asegurarte de que sales ganando.
Todas estas son formas fraudulentas de amor, porque establecen una especie de intercambio en el que ayudas a los demás para ayudarte a ti mismo. Y eso significa que no estás actuando realmente con amor hacia la otra persona, sino que solo estás haciendo lo necesario para que satisfaga tus deseos y tus «necesidades». Satisfarás los deseos de esa otra persona solo en la medida en que ella satisfaga los tuyos. Eso no es amor en absoluto, porque está orientado hacia dentro en vez de hacia fuera, está obsesionado con lo que puedes conseguir en vez de con lo que puedes dar. Es amor a uno mismo.
Y aquí es donde llegamos al matrimonio. Llevo mucho tiempo observando que la principal causa de conflicto entre los cónyuges es el fracaso del «como quieras que los demás te hagan a ti, hazles lo mismo a ellos». Es un fracaso en amar desinteresadamente. Podemos dejar que nuestros matrimonios se conviertan rápidamente en una especie de relación transaccional en la que, en lugar de pensar primero en lo que podemos dar, pensamos primero en lo que podemos obtener. Damos para poder recibir, y damos solo en la medida en que recibimos. Llevamos la cuenta de todo lo que nuestro cónyuge ha hecho por nosotros, lo comparamos con nuestra cuenta de lo que nosotros hemos hecho por él, y nos sentimos perjudicados si determinamos que la ecuación le favorece. De nuevo, todo es amor propio.
Pero si Jesús dice «ama a tu enemigo», entonces seguramente también dice «ama a tu cónyuge». Si te llama a amar a tu enemigo de manera sacrificada, seguramente te llama a amar a tu cónyuge de manera aún más sacrificada. Si te advierte de la tentación de las formas fraudulentas de amor cuando respondes a tus enemigos, también tienes que prestar atención a sus advertencias cuando respondes a tu compañero más querido. Si tienes que dar sin cesar, desinteresada y sacrificadamente a tus enemigos, ¿cuánto más a tu marido o a tu mujer?
Publicado en inglés aquí
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