Por: John MacArthur
Después de haber consolado a los discípulos con la promesa del Espíritu Santo (Juan 14–16), Jesús preparó a Sus discípulos para el cumplimiento de Su promesa antes de su ascensión (Hch. 1:4–5). El derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés en Hechos 2 es uno de los grandes acontecimientos de las Escrituras. Es memorable no solo porque produjo un despliegue sobrenatural único, sino también porque fue un momento decisivo en el programa de Dios. Aquí se origina la iglesia de Cristo y es donde los discípulos fueron totalmente equipados para comenzar la tarea de edificarla.
La prueba de la venida del Espíritu
Las palabras de Lucas en Hechos 2:1–4 son muy familiares para todo estudiante de las Escrituras, pero pueden ser, y a menudo son, mal interpretadas y aplicadas de manera incorrecta. Este pasaje se entiende mejor si simplemente lo leemos como una presentación histórica de la prueba visible de la venida del Espíritu Santo. Tal lectura nos protegerá de insertar elementos que no son propios de ese suceso y de sacar conclusiones inválidas respecto a lo que pasó en ese día memorable.
Hechos 2:1–4, describe los sucesos de Pentecostés de una manera concisa y directa:
“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen”.
Lucas no mencionó nada acerca de requisitos que los discípulos cumplieron, ejercicios que completaron u oraciones que ofrecieron. Los hechos ocurrieron, no en respuesta a las actividades o la persuasión de la gente, sino estrictamente debido a la poderosa iniciativa de Dios.
Debido a las verdades espirituales importantes que la fiesta de Pentecostés representaba, Dios eligió dar el bautismo del Espíritu exactamente en ese día. Pentecostés era el nombre griego para la fiesta israelita de las semanas (Éx. 34:22–23) o fiesta de la cosecha (23:16). Tenía que ver con la ofrenda de las primicias de la cosecha del trigo y la cebada, y era la tercera en una secuencia de fiestas, después de la Pascua y de los panes sin levadura (que también requería una ofrenda de primicias).
En su sentido y significado espiritual, estas tres fiestas a menudo son vistas como paralelismos con la muerte de Cristo, Su resurrección y Su envío del Espíritu. El intervalo de tiempo entre cada uno de estos hechos al final de la vida terrenal de Jesús es el mismo que el tiempo entre cada fiesta del Antiguo Testamento, lo cual fortalece aún más la comparación. La venida del Espíritu para morar dentro de los apóstoles es el primer fruto de nuestra herencia futura final (2 Co. 5:5; Ef. 1:13–14).[1].
Dos fenómenos físicos acompañaron la llegada del Espíritu: el ruido de un viento fuerte que soplaba y la aparición de lenguas de fuego sobre la cabeza de los creyentes. Sabemos por experiencia que algunas señales apuntan a fenómenos naturales específicos. Todo aquel que ha crecido cerca de las costas del sureste o este de Estados Unidos o en las grandes llanuras, desde Texas hasta Minnesota, sabe que los huracanes y los tornados siempre van acompañados de vientos fuertes y ruidosos. El sonido es aterrador e inconfundible. Dios soberanamente eligió usar efectos sonoros y visuales para permitir a los reunidos en Pentecostés saber que algo especial estaba sucediendo.
El Señor Jesús ya había comparado al Espíritu Santo con el viento (Jn. 3:8; vea también Ez. 37:9–14). En Hechos 2:2, la palabra “viento” no significa simplemente una brisa suave; sino que indica una fuerte explosión. No hubo ningún movimiento real de aire, pero ese no era el propósito. El factor clave fue el sonido, y era distinto y difícil de no notar. Dios usó el ruido para atraer la atención de una gran multitud, para que presenciara lo que Él estaba haciendo.
La apariencia de fuego tuvo el mismo efecto sobre los testigos de Pentecostés que el sonido del viento. La esencia física no era tan importante como el significado espiritual del fuego. Las lenguas brillantes sobre la cabeza de los creyentes no eran de fuego real, sino indicadores sobrenaturales de que Dios había enviado Su Espíritu sobre cada uno, sin excepción. Los discípulos necesitaban ver que un acontecimiento muy importante estaba en realidad sucediendo, sus sentidos espirituales no podían comprenderlo sin alguna ayuda visual suministrada de forma soberana por Dios. El uso que hizo Dios de las “lenguas… como de fuego” es análogo a lo que Él hizo cuando Jesús fue bautizado. Él envió al Espíritu Santo en forma de paloma para probar que Cristo estaba de verdad facultado y aprobado por el Padre.
El último fenómeno asombroso de Pentecostés fue que los discípulos hablaran en otras lenguas. La mayoría de los cristianos informados saben que el controvertido tema de hablar en lenguas se asocia con Hechos 2:4. He tratado este tema en profundidad en otro lugar, por lo que me limitaré a comentarlo brevemente aquí. “Otras lenguas” eran otros lenguajes humanos conocidos, y los discípulos mostraron la capacidad de hablarlos para testificar de la gloria de Dios y el poder del Espíritu. Este don no es constante para los creyentes de hoy y, por tanto, no se debe esperar que sea el resultado de cualquier esfuerzo por “recibir el bautismo del Espíritu”.
Por lo tanto, ninguna de las pruebas externas de la venida del Espíritu Santo en Hechos 2 fue el resultado del ingenio o de la manipulación humana. Todo se llevó a cabo por la intervención de Dios, de principio a fin.
(Adaptado de El Pastor silencioso)
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