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Por: Charles Stanley

Las distracciones solo ofrecen un alivio temporal del dolor; en cambio, nuestro Padre celestial promete sanidad plena.

Isaías 66.12, 13

En tiempos de aflicción, podemos caer en el hábito de acudir a Dios como último recurso. La comida, las relaciones, el trabajo y la tecnología, entre otras cosas, son maneras de escapar que nos seducen con la falsa promesa de hacernos sentir mejor. Pero ya sea que nos deleitemos con ellas o no, siempre terminaremos vacíos y agotados sin que el problema desaparezca.

Buscar a Dios en vez de nuestras distracciones requiere el dolor de estar presentes en nuestra angustia, conscientes de nuestra profunda necesidad, buscando una solución celestial en lugar de los placeres y entretenimientos de este mundo. En nuestra lectura de hoy, Dios les recuerda a los hijos de Israel que, incluso en el desordenado y doloroso espacio entre la promesa y el cumplimiento, Él nunca comienza algo que no vaya a terminar. En la lucha de Israel por convertirse en una nación después de años de sufrimiento y exilio, Dios nunca los abandonó. Por el contrario, Israel experimentó su rescate de maneras abundantes y diversas.

Dado que somos hijos de Dios, el rescate prometido a Israel se extiende a nosotros: es una invitación a acudir a Él con la plena confianza de que seremos reconfortados. Tenemos la seguridad de que “el que comenzó en [nosotros] la buena obra, la perfeccionará” hasta el fin (Fil 1.6). 

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