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Por: A. W. Tozer
Este artículo forma parte de la serie «Encuentros con el Dios Todopoderoso»
Pero tú eres siempre el mismo, y tus años no tienen fin. SALMO 102:27
El tiempo no puede aplicarse a Dios. C.S. Lewis nos dio una ilustración que me gustaría transmitirte. Si puedes, piensa en la eternidad, en la infinitud, como una hoja de papel en blanco puro que se extiende de manera infinita en todas las direcciones.
Entonces, piensa en un hombre que toma un lápiz y dibuja una línea, de treinta centímetros de largo, en esa hoja de papel extendida al infinito. Y esa pequeña línea es el tiempo. Comienza y se mueve treinta centímetros y termina. Comienza en el papel y termina en el papel. Así que el tiempo comenzó en Dios y terminará en Dios. Y no afecta a Dios en absoluto. Dios habita en un ahora eterno […]
Tú y yo somos criaturas del tiempo y del cambio. Es en el «ahora», «era» y «será», y en el «ayer», «hoy» y «mañana» que vivimos. Por eso tenemos crisis nerviosas, pues siempre vamos un paso por delante del reloj. Nos levantamos por la mañana, miramos el reloj y dejamos escapar un grito ahogado de consternación. Corremos al baño, nos cepillamos los dientes, bajamos las escaleras para desayunar, comemos un huevo a medio cocer y salimos apurados para tomar el autobús. Ya ves, es el momento, ¡el tiempo nos persigue! El Dios Todopoderoso, en cambio, se sienta en su ahora eterno. Y todo el tiempo que alguna vez fue es solo una pequeña marca en el seno infinitamente extendido de la eternidad.
Sin comienzo, sin final, sin limitaciones de tiempo, sin principio, sin terminación. Soy tan pequeño, Señor, y aun así cuidas de mí. Gracias, Padre amoroso. Amén.
Foto de CHUTTERSNAP en Unsplash
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