Por: Chad Van Dixhoorn*
En un comentario en la carta de Pablo a los efesios, que suele pasarse por alto fácilmente, Dios movió al apóstol a señalar un aspecto fundamental de las relaciones cristianas: los cristianos llenos del Espíritu Santo se someten “unos a otros en el temor de Cristo” (Ef 5:18-21).
Estas palabras aparecen antes de que Pablo hable del matrimonio, la paternidad y las relaciones laborales. Lo que sigue deja claro que el deber general de someterse unos a otros no anula los deberes particulares que se describen al final de Efesios 5 y al principio de Efesios 6. Por ejemplo, los amos y los padres no abandonan la posición de autoridad ante los siervos y los hijos por causa de la sumisión mutua.
Aun así, esta postura de someterse “unos a otros en el temor de Cristo” determina y moldea estas relaciones. Al dar una mirada a Efesios 6:1-4, vemos que, dado que los hijos deben honrar a los padres, los padres no deben provocar a ira a los hijos en una manera que los lleve a la obediencia. Hay asimetría entre padre e hijo y, sin embargo, también hay reciprocidad.
Y si el llamado de las Escrituras a la sumisión mutua en Cristo aplica a las relaciones en Efesios 6, ciertamente aplica a la relación matrimonial que se describe en Efesios 5:22-33. Pues este pasaje sobre el matrimonio viene inmediatamente después del mandato de Pablo a la sumisión mutua en Efesios 5:21.
¿Incluso en el matrimonio?
Aquí también hay que subrayar que tanto los esposos como las esposas no pierden su llamado particular en el matrimonio por causa del deber general de someterse unos a otros en Cristo. La sumisión mutua no pone a una esposa al mando de su esposo. A él aún se le llama a amarla “como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella”, y a ella aún se la llama a someterse a él como cabeza suya por debajo de Cristo (Ef 5:22-27).
Más bien, la sumisión mutua, como un concepto cristiano distintivo, hará que nuestros matrimonios luzcan diferentes respecto de los matrimonios no cristianos, incluso delante de aquellos que retienen alguna concepción, aunque corrompida, del liderazgo en el hogar. De hecho, la idea de la sumisión de la esposa podría parecer menos odiosa al mundo occidental de hoy si la dinámica de la sumisión mutua impulsada por el Espíritu y que exalta a Cristo fuera más visible en nuestros hogares e iglesias.
Entonces, ¿cómo debería verse la sumisión mutua en un matrimonio cristiano? En resumen, hablamos de un matrimonio caracterizado por el respeto mutuo, el cuidado y el servicio, una especie de competencia silenciosa por poner al otro primero, una actitud del tipo “déjame que haga esto por ti” o “¡Tú primero!”. Cada pareja cristiana puede pensar y orar por las implicaciones que para cada uno conlleva la sumisión mutua en su propio matrimonio, pero permítanme que prepare el terreno al ofrecer algunos ejemplos de las cuestiones en las que mi esposa, Emily, y yo estamos trabajando ahora.
La sumisión espera
El respeto mutuo debe verse en la forma en la que nos hablamos y escuchamos. Vienen a mi mente tres ejemplos de nuestro matrimonio. Primero, en el espíritu de someterse el uno al otro, tratamos de no interrumpirnos (esposos, podemos liderar en casos como este). No me refiero a las románticas interrupciones de “yo termino tus oraciones y tú terminas las mías” cuando cuentan anécdotas o hacen bromas. Hablo de las interrupciones de un espíritu impaciente y desamorado del tipo: “Ya te escuché lo suficiente y lo que realmente necesitamos es mi opinión”.
Segundo, cuando un esposo y una esposa comienzan una oración al mismo tiempo, especialmente cuando la conversación acarrea cierto peso, tensión o profundidad, podríamos hacer más que ofrecer un “habla tú primero” (lo cual usualmente significa que estamos a la espera de nuestro turno para hablar). En vez de eso, podemos decir que realmente nos encantaría oír lo que nuestro cónyuge tiene para decir primero y que de verdad deseamos considerar sus ideas.
Tercero, sea por la edad o por los dispositivos electrónicos, tanto Emily como yo, llegamos a un punto en el que nos vamos por las ramas en una conversación con demasiada frecuencia y nos cuesta recordar de qué estábamos hablando en primer lugar. Por ende, estamos aprendiendo a decir: “Tenía algo más que comentar, pero si va a hacer que olvides lo que ibas a decir, habla tú primero”.
Tenemos que crecer mucho todavía, sobre todo yo, pero le pedimos al Señor que nos ayude a someternos el uno al otro en nuestra forma de hablar. Quizás algunos de estos ejemplos sean útiles para tu matrimonio o para alguna pareja casada por la que usualmente oras.
La sumisión confiesa las ofensas
También podemos mostrar cuidado mutuo cuando finaliza una discusión y sentimos ese cosquilleo incómodo que nos da la convicción de que quizás no teníamos toda la razón. Estamos frente a una excelente oportunidad para acercarnos a nuestro cónyuge (incluso cuando seguimos pensando que tenemos casi toda la razón) y decirle: “Te pido perdón por el tono en el que te hablé. No tuve en cuenta cómo te haría sentir. Por favor, ayúdame a ver en qué me equivoqué y, si no estoy de acuerdo contigo de inmediato, no me opondré. Meditaré y oraré sobre lo sucedido y, luego, volveré a hablarlo contigo”. Y si realmente sientes que puedes hacer más, dile: “Dios nos unió por una razón, y no quiero perderme la oportunidad de crecer”.
Por supuesto que pedir perdón no es algo fácil. Desde mi experiencia, antes, durante y después de esta conversación, necesito orar palabras como: “Señor, por favor, hazme humilde”, “ayúdame a entender en mayor profundidad lo que digo” y “abre mis ojos para ver todo aquello de lo que necesito arrepentirme”.
La sumisión es servicial
La sumisión mutua también puede desarrollarse en las formas como nos servimos el uno al otro. En muchos hogares, dividir las tareas con alegría ya es algo que capta el espíritu de la sumisión mutua, por lo que no espero que estas sugerencias se lean específicamente como meras fórmulas.
Sin embargo, sería de ayuda para algunos matrimonios que los hombres sean los primeros en salir de la cama para apagar esa última luz encendida, ir a ver qué es ese ruido extraño en la casa, buscar un vaso con agua para dejar en la mesita de noche. Sería de ayuda si los dos colaboramos para ordenar, pasar la aspiradora, poner la mesa.
Sería de ayuda si un cónyuge dijera: “Mujeres, los hombres con todo nuestro ser deseamos lavar los platos esta noche” o “varones, vayan a sentarse. Nosotras nos ocupamos de la cocina”. Sería de ayuda si ambos buscan un espacio para que el otro haga sus devocionales, asista a un grupo de estudio de la Biblia, salga con amigos, pase tiempo a solas, haga ejercicio, descanse.
Básicamente, este tipo de sumisión mutua se fijará en los deberes bíblicos del otro no a modo de recordarle a nuestro cónyuge qué hacer o para decirle con sumo detalle cómo hacerlo, sino para ayudar a que las tareas le sean más fáciles e incluso tengan un sabor más agradable. Si él debe amarte como Cristo ama a la iglesia, ¿cómo puedes actuar y hablar de manera que ese deber sea un gozo para él? Si ella debe someterse a ti como a Cristo, ¿cómo puedes imitar el modo en que Cristo alivia tus propias cargas cuando le sirves (Mt 11:28-30)? ¿Puedes llevar con ella su yugo? ¿Puedes levantar con ella las cargas más pesadas?
Y, al pensar en el matrimonio, sería negligente no mencionar que esta dinámica se aplica al dormitorio, como explica Pablo en 1 Corintios 7. Le pertenecemos al otro y, por lo tanto, en la intimidad consideramos primero sus peticiones, necesidades y deseos.
Lo hacemos por Cristo
Ante todo, recordamos que la sumisión de unos a otros es por causa de Cristo (Ef 5:21). Si nuestro esposo o esposa no responde de la misma manera, seguimos adelante; no nos sometimos simplemente por nuestro cónyuge o por nosotros mismos. No, lo hemos hecho por Cristo.
Nos sometemos sin importar los resultados que se esperan o se ven, a pesar de cómo responda nuestro cónyuge, para que Cristo sea honrado, para que sea complacido. Nos sometemos para que nuestro bondadoso Maestro en los cielos nos diga un día: “Bien hecho, siervo fiel” (Mt 25:23). Y lo hacemos porque sabemos que arrepentirnos de nuestros viejos patrones de egoísmo hace que los ángeles de Cristo se regocijen, que los santos de Cristo sonrían y que los pecadores que van camino a Cristo se maravillen.
En la economía de la gracia, el amor inmerecido y no correspondido es la moneda que compró nuestra salvación. Y si Cristo compartió con nosotros los tesoros de Su misericordia, vamos a querer gastar esa misma moneda también en nuestro cónyuge.
Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.
*Chad Van Dixhoorn (PhD, Universidad de Cambridge) es profesor de historia y teología de la iglesia en el Seminario Teológico Reformado en Charlotte, y autor de Matrimonio en forma del evangelio: Gracia para que los pecadores amen como santos. También se desempeña como investigador honorario en la Universidad de East Anglia, Norwich, Reino Unido. Está felizmente casado con Emily y tienen cinco hijos y un perro.
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