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Por: Jeremiah Burroughs*

Este artículo forma parte de la serie: El contentamiento cristiano

7) SE OPONE A LOS CAMBIOS Y LAS EVASIVAS PECAMINOSAS PARA OBTENER ALIVIO Y AYUDA

Vemos este tipo de cosas en Saúl corriendo hacia la adivina de Endor y ofreciendo sacrificios antes de que Samuel viniera. También con el buen rey Josafat que trabó amistad con Ocozías (2 Cr. 20:35). Y Asa va a Ben-adad, rey de Siria, en busca de ayuda, «no apoyándose en el Señor» (2 Cr. 16:7-8), aunque el Señor había entregado al ejército etíope en sus manos que constaba de un millón de hombres (cf. 2 Cr 14:12). Y el buen Jacob se unió a su madre para mentirle a Isaac; no contento con esperar el tiempo de Dios y usar los medios de Dios, se apresuró demasiado y se apartó de Su camino para procurar la bendición que Dios pretendía para él. Así lo hacen muchos a través de la corrupción de sus corazones y la debilidad de su fe, porque no pueden confiar en Dios y seguirlo completamente en todas las cosas y en todos los caminos.

Por esta razón, el Señor a menudo sigue a los santos con muchas cruces dolorosas y temporales (como vemos en el caso de Jacob), aunque obtienen la misericordia. Puede ser que tu corazón carnal piense: “No me importa cómo sea liberado de tal situación, si tan solo puedo ser liberado de ella». ¿Acaso no ocurre tantas veces en algunos de sus corazones cuando les sobreviene alguna cruz o aflicción? ¿Acaso no experimentan intenciones espirituales como estas: «¡Oh, si pudiera ser liberado de esta aflicción de alguna manera, no me importaría!»? Sus corazones están lejos de estar en tranquilidad. Este cambio pecaminoso es lo siguiente que se opone a la quietud que Dios requiere en un espíritu feliz.

8) SE OPONE A SUS DESESPERADOS LEVANTAMIENTOS DEL CORAZÓN CONTRA DIOS POR MEDIO DE LA REBELIÓN

Eso es lo más abominable. Espero que muchos de ustedes hayan aprendido hasta ahora a contentarse con restringir sus corazones de tales desórdenes. Sin embargo, la verdad es que no solo los hombres impíos, sino que a veces los mismos santos de Dios encuentran los comienzos de esto cuando una aflicción permanece por un largo tiempo y es muy severa y pesada, y los golpea, por así decirlo, en la vena yugular.

Encuentran en sus corazones una especie de levantamiento contra Dios, sus pensamientos comienzan a hervir y sus afectos comienzan a suscitarse en rebelión contra Dios mismo. Este es especialmente el caso con aquellos que además de sus corrupciones tienen una gran cantidad de melancolía. El diablo trabaja tanto sobre las corrupciones de sus corazones como sobre el desorden melancólico de sus cuerpos. Y aunque mucha gracia puede estar en el fondo, bajo la aflicción puede haber algunos levantamientos contra Dios mismo. Por lo tanto, la quietud cristiana se opone a todas estas cosas.

Cuando llegue la aflicción, sea cual sea, no murmures. Aunque puedas tener un debido sentido de tu aflicción, aunque puedas clamar Sosegadamente, aunque desees ser liberado y lo busques por todos los buenos medios, no murmures, no te quejes, no te irrites, no te exasperes, no permitas que haya una tumultuosidad de espíritu en ti, no dejes que haya inestabilidad en tu espíritu, no que permitas haya temores que distraigan tu corazón, no te hundas en desánimos, no dejes que haya cambios indignos, ni que haya rebeliones en contra de Dios de ninguna manera. Esto es la tranquilidad del espíritu bajo una aflicción. Y esto es lo segundo: cuando el alma es tan capaz de soportar la aflicción como para mantenerse quieta debajo de ella.

Fragmentos tomados del libro «La rara joya del contentamiento cristiano», puede obtener más detalles de este libro AQUÍ.

*Jeremiah Burroughs (1599-1646) fue amado por su predicación y su espíritu amable y fue perseguido por su inconformidad con la Iglesia de Inglaterra. Sintiéndose obligado a huir a Holanda por un tiempo, finalmente regresó a Inglaterra y predicó en las congregaciones de Stepney y Cripplegate en Londres, dos de las congregaciones más grandes de Inglaterra. También sirvió como miembro de la Asamblea de Westminster hasta su muerte en 1646.


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