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Por: A. W. Tozer
Este artículo forma parte de la serie «Encuentros con el Dios Todopoderoso»
Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. MATEO 11:28-29
Santa Teresa, esa querida mujer de Dios, dijo que cuanto más cerca estemos de Dios, más conscientes somos de lo malos que somos. ¡Oh, la paradoja, el misterio, la maravilla de saber que Dios, ese Único trascendente que está tan por encima de todos los demás que hay un abismo que nadie puede cruzar, y que acepta a venir y habitar entre nosotros!
El Dios que está al otro lado de ese inmenso abismo, un día vino y se condensó a sí mismo en el vientre de la virgen, nació y caminó entre nosotros. El bebé que deambulaba por el piso del taller de carpintería de José, que se le interponía en el camino y jugaba con las virutas de madera, era el gran Dios tan infinitamente elevado y tan trascendente que los arcángeles lo contemplaban. ¡Allí estaba Él!
[…] Un gran abismo yace entre el Dios trascendente y yo, que es tan alto que no puedo pensar en Él, tan elevado que no puedo hablar de Él, ante quien debo postrarme en tembloroso temor y adoración. No puedo subir a Él; no puedo volar hacia Él en ningún vehículo hecho por el hombre. No puedo orar para subir a Él. Solo hay un camino: «Cerca, cerca de ti, hijo mío, está esa vieja cruz al borde del
camino». Y la cruz tiende un puente sobre el abismo que separa a Dios del hombre. ¡Esa cruz!
Gracias, Padre, por el milagro de la cruz, el maravilloso puente que me permite tener comunión contigo. Amén.
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