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Por: Nancy DeMoss Wolgemuth

Este artículo forma parte del devocional «El lugar apacible«

Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder (1 Co. 2:4).

CUANDO LAS PERSONAS ME PREGUNTAN cómo pueden orar por mí, mi respuesta más acostumbrada es: “Ora por ‘aceite fresco’; que Dios derrame la unción de su Espíritu sobre mi vida y mi ministerio”. Esta es, quizás, la oración que más hago por mi vida; porque sé que soy incapaz, impotente e incompetente lejos de la obra fortalecedora y capacitadora de su Espíritu.

En las Escrituras a menudo se usa el aceite como símbolo del Espíritu Santo. Los profetas, sacerdotes y reyes del Antiguo Testamento eran ungidos con aceite, como símbolo de haber sido apartados y facultados para el ministerio. La Biblia dice que cuando Samuel ungió al joven pastor como rey de Israel “el Espíritu del Señor vino con poder sobre David, y desde ese día estuvo con él” (1 S. 16:13 NVI)

El apóstol Pablo reconocía la importancia de la unción del Espíritu en su ministerio: “nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre” (1 Ts. 1:5).

Esta capacitación divina del Espíritu no está reservada para algunos pocos santos selectos. Todo creyente del Nuevo Testamento ha sido “ungido” por Dios, quien “nos dio el Espíritu” (2 Co. 1:21-22 LBLA).

*Nancy Leigh DeMoss es una autora y predicadora cristiana estadounidense. A la vez es anfitriona de los programas de radio Revive Our Hearts («Aviva Nuestros Corazones«


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