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Por: PATRICIA NAMNÚN*

Una reflexión basada en el Salmo 13

La realidad del dolor está presente en la vida de todo ser humano. Los anhelos insatisfechos, las decepciones, las pérdidas, la enfermedad, las traiciones y la escasez forman parte de la experiencia de ser seres caídos viviendo en un mundo caído.

A pesar de que el dolor, casi como ninguna otra cosa, puede llevarnos a despertar a la realidad de nuestra necesidad de Dios y Su intervención, en ocasiones podemos encontrarnos permitiendo que ese dolor nuble todo lo demás en nuestras vidas. En lugar de mirar hacia arriba, miramos hacia dentro y nos centramos en nuestro propio sufrimiento.

El Salmo 13

Es por eso que el Salmo 13 es una de mis porciones favoritas de las Escrituras. Las palabras honestas del salmista se hacen eco en el corazón en dolor y a la vez nos apuntan al Señor en medio de cualquier sufrimiento que estemos experimentando.

En los primeros versos de este salmo, David inicia haciéndole preguntas a Dios que revelan el sentir de su corazón:

¿Hasta cuándo, oh SEÑOR? ¿Me olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo esconderás de mí Tu rostro?
¿Hasta cuándo he de tomar consejo en mi alma,
Teniendo pesar en mi corazón todo el día?
¿Hasta cuándo mi enemigo se enaltecerá sobre mí? (vv. 1-2).

En medio de las dificultades que él estaba experimentando, sentía que Dios le había olvidado, que había escondido Su rostro de él. Pero, en medio de su desesperación y angustia, clama al Señor para que no le permita dormir el sueño de la muerte y le pide que no deje que sus enemigos se alegren en medio de su aflicción.

El salmista continúa hablando y, luego de derramar su corazón delante del Señor, dos palabras abren el camino para un aliento de esperanza: «pero yo» (v. 5).

A pesar de sus circunstancias, que no habían cambiado, a pesar del dolor que seguía experimentando, el salmista decide confiar en la misericordia del Señor y gozarse en Su salvación. Por eso termina el salmo con las siguientes palabras:

Cantaré al SEÑOR,
Porque me ha llenado de bienes (v. 6).

Abramos los ojos

Este hermoso cierre del salmo, en el que el salmista expresa adoración y gratitud, es posible porque un corazón que ha decidido confiar y descansar en el Señor es un manantial que está listo para fluir en gratitud.

Como mencioné, las circunstancias de David no habían cambiado. Él no estaba respondiendo en adoración y gratitud porque todo a su alrededor se había arreglado. No fue así. Su situación externa no cambió, pero su corazón sí.

Ahora sus ojos podían ver todo aquello por lo que podía estar agradecido. La gratitud reconoce lo que ha recibido del otro y eso es justamente lo que encontramos en el corazón del salmista, un reconocimiento de lo mucho que había recibido de su Señor.

En medio del dolor tendemos a poner nuestros ojos en aquello que nos falta en vez de apreciar todas las formas en las que Dios nos ha bendecido. Miramos nuestras vidas como infelices, porque las aflicciones pesan mientras pasamos por alto todas las bondades con las que Dios nos ha bendecido, siendo la mayor de todas nuestra salvación en Cristo.

Permíteme aclarar algo, esto no significa que lo que necesitamos hacer es dejar de dolernos. El sufrimiento es real y hay circunstancias inexplicablemente dolorosas. No siempre está mal que duela. Pero aun en medio del dolor, aun entre lágrimas podemos abrir los ojos y agradecer.

Agradezcamos por lo que Dios está haciendo en medio del dolor. Agradezcamos por aquellas bondades en las que Él ha extendido Su mano a nuestro favor. Agradezcamos Su cuidado y perseverancia por nosotros cuando no tenemos fuerzas para seguir adelante. Así dejamos de mirar nuestro dolor y levantamos nuestros ojos al Dios de toda gracia.

Como dijo Elisabeth Elliot: «Aceptamos y damos gracias a Dios por lo dado, no dejando que lo no dado lo eche a perder» (Let Me Be a Woman, p. 42).

Demos gracias

La Palabra nos llama a dar gracias siempre, por todo y en el nombre de Jesús (Ef 5:20).

La gratitud debe ser algo constante en nuestras vidas, una actitud del corazón. El corazón agradecido es uno que busca dar gracias siempre. Fíjate cómo en el Salmo 13 la gratitud es algo que se expresa, no solo que se siente.

La gratitud debe ser expresada «por todo» (1 Ts 5:18). Por las bendiciones grandes y las cotidianas. Por lo material y lo espiritual. Por las relaciones y la provisión de Dios en el pasado y en nuestro presente. Pero también debemos dar gracias aún cuando nos encontramos en medio de las situaciones difíciles, como lo hizo el salmista.

Ahora, ¿quiere decir esto que debemos dar gracias por las cosas que están mal? ¿Por las consecuencias del pecado del otro en nuestras vidas? ¿Debemos dar gracias por los efectos generales del pecado que nos traen aflicción? Me gustan las palabras que ofrece el pastor Sugel Michelén al respecto:

Los creyentes no somos masoquistas ni insensibles. Pero los cristianos sí pueden, y deben, someterse humildemente a la soberana mano de Dios en medio de las aflicciones, reconociendo que todas las cosas obran para el bien de aquellos que le aman (Ro 8:28). De esa manera no le damos gracias por aquello que Él abomina, como es el caso de una persona que ha pecado contra Dios y contra nosotros, pero podemos y debemos darle gracias por la obra que Él está haciendo en nosotros, en nuestro carácter, a través de esas aflicciones.

Finalmente, como mencioné antes, debemos tener presente que debemos dar gracias a Dios en el nombre de Jesús.

Es en Jesús que las promesas de Dios son  y amén (2 Co 1:20). Es Jesús quien persevera a nuestro favor. Es Jesús quien nos da el acceso al Padre y quien ha abierto el camino para nuestra salvación. Es solo a través de Él que tenemos lo que hemos recibido y que podemos acercarnos con confianza a nuestro Padre y darle las gracias, conscientes de que si no fuera por Él nada seríamos y nada tendríamos.

Pidámosle al Señor que aun entre lágrimas, nos permita tener los ojos abiertos para ver Sus bondades sobre nuestras vidas.

Publicado originalmente aquí.

*Patricia Namnún es coordinadora de iniciativas femeninas de Coalición por el Evangelio, desde donde escribe, contacta autoras, y adquiere contenidos específicos para la mujer. Sirve en el ministerio de mujeres en la Iglesia Piedra Angular, República Dominicana. Patricia es graduada del Instituto Integridad & Sabiduría y tiene un certificado en ministerio del Southern Baptist Theological Seminary, a través del programa Seminary Wives Institute. Ama enseñar la Palabra a otras mujeres y está felizmente casada con Jairo desde el 2008 y juntos tienen tres hermosos hijos, Ezequiel, Isaac, y María Ester. Puedes encontrarla en Instagram y YouTube.


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