Por: Max Lucado
Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye. Juan 9.31
La mayoría de nuestras vidas de oración podrían ser objeto de afinamiento.
Algunas vidas de oración carecen de persistencia. Son un desierto o un oasis. Son largos, áridos y secos períodos interrumpidos por breves chapuzones en las aguas de la comunión…
Otros necesitamos sinceridad. Nuestras oraciones son un poco huecas, aprendidas de memoria y rígidas. Más liturgia que vida. Y aunque son diarias, son tediosas.
Otras aún, carecen, digamos, de sinceridad. Nos preguntamos sinceramente si las oraciones producen resultado alguno. ¿Por qué Dios que está en el cielo va a querer hablar conmigo en la tierra? Si Dios lo sabe todo, ¿quién soy yo para decirle algo? Si Dios lo controla todo, ¿quién soy yo para hacer algo?
Nuestras oraciones pueden ser torpes. Nuestros intentos pueden ser débiles. Pero como el poder de la oración reside en el que la escucha y no en el que la eleva, nuestras oraciones realmente producen resultados…
Todavía Remueve Piedras