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Por: Miguel Núñez
Este artículo forma parte de la serie «95 tesis para la iglesia de hoy» del Pastor Miguel Núñez
Basada en Apocalipsis 4 y 5
Llamamos adoración con mucha frecuencia y facilidad a cualquier música que tenga cierto contenido cristiano. La pregunta que tenemos que hacernos es: “¿Verdaderamente eso es adoración? ¿Es ese el patrón bíblico a lo largo de la revelación de Dios?”. Adoración es aquello que rendimos a nuestro Dios: incluye nuestra mente, incluye nuestro corazón, incluye nuestras emociones, aun incluye todo nuestro cuerpo. Como decía alguien, la adoración es la rendición de todo lo que el hombre es a todo lo que Dios es.
Pero eso tiene que hacerse de una manera santa, de una manera reverente, de una manera que haga lucir a Dios mucho más grande de lo que el ser humano, muchas veces, puede captar, de tal forma que nuestra adoración pueda, en la medida de lo posible, y con los límites de nuestra humanidad, dar a Dios todo lo que Él merece. Aún después de eso, nos quedaremos cortos frente a lo que Dios verdaderamente merece.
En Isaías 6 vemos serafines creados para ministrar en Su presencia, quienes se cubrían el rostro delante de Dios, porque no podían mirar la luz que emanaba de este Ser tan santo. Era imposible para ellos hacer algo como eso. Si leemos Apocalipsis 4 y 5, vemos para ellos hacer algo como eso. Si leemos Apocalipsis 4 y 5, vemos cómo en el capítulo 4 hay una adoración de Dios de parte de toda la creación, la cual está dando gloria al Padre; mientras que en el próximo capítulo, el cinco, vemos toda una adoración centrada en el Cordero de Dios inmolado por nuestros pecados. Pero todo eso se da en medio de seres angelicales que cantan: “Santo, Santo, Santo es nuestro Dios”.
De manera que nuestra adoración debe ser cristocéntrica, porque así nos enseña la Palabra; nuestra adoración debe ser, también, para la gloria de nuestro Dios; debe reconocer Su santidad, debe reconocer Su majestad. Pero el culpable número uno de que la adoración sea de otra forma es el púlpito, porque en la medida en que el púlpito exalta a nuestro Dios, en la medida en que el púlpito engrandece a nuestro Dios, en la medida en que el púlpito proyecta a un Dios grande, quienes escuchan lo que sale del púlpito podrán rendir todo lo que son al Dios que acaban de ver. Quiero hacer un llamado a la iglesia de nuestros días a reflexionar sobre su adoración, a revisar de nuevo las letras de las canciones que canta; que no parezcan letras románticas cantadas a Dios, sino que sean cantadas exclusivamente a Dios por lo que contienen, y porque el centro de ellas es, justamente, la gloria de Dios, y, de manera particular, la exaltación del Hijo de Dios que dio Su vida por Su iglesia.
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