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Por: Charles Simeon*

“Vuestras murmuraciones no son contra nosotros, sino contra Jehová.». Éxodo 16:8

Es cosa común oír a la gente, incluso a los que llevan el nombre cristiano, hablar de suerte, y fortuna, y casualidad, como si no hubiera Dios en el cielo; o como si hubiera cosas fuera del alcance y control de Dios.

Cuando las aflicciones se multiplican sobre nosotros, cuán comúnmente nos quejamos y murmuramos contra Dios, en lugar de decir como deberíamos: «La copa que mi Padre me ha dado, ¿no la beberé?».

En lugar de cuestionar a Dios, el hábito de nuestras mentes en todas las circunstancias, debería ser mantener una humilde confianza en la bondad de Dios, y una mansa sumisión a Su voluntad. Deberíamos estar como arcilla en las manos de nuestro sabio y bondadoso Alfarero.

Dios llevó a los israelitas a Canaán por una ruta muy larga y tortuosa; pero se nos dice que «los condujo por el camino recto». De la misma manera, cualesquiera que sean las pruebas con que nos encontremos en este mundo desierto, no tenemos derecho a cuestionar la soberana disposición de Dios.

Tal vez se dirá que nuestras quejas no se dirigen tanto contra Dios como contra aquellos que son los instrumentos inmediatos de nuestra aflicción. Pero la criatura, quienquiera que sea, es sólo una «vara», un «cayado», una «espada» en las manos de Jehová. Aunque Dios deja a los hombres a la operación desenfrenada de sus propios corazones corruptos, Él domina todo lo que hacen para el cumplimiento de Su voluntad soberana. Incluso la crucifixión de nuestro bendito Señor estuvo de acuerdo con el consejo y la voluntad determinados de Dios.

«entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios». Hechos 2:23

«¡Hicieron lo que Tu poder y voluntad habían decidido de antemano que sucediera!». Hechos 4:28

Moisés, cuando el pueblo murmuró contra él y Aarón, les dijo que sus murmuraciones eran en realidad contra Dios mismo. De la misma manera, debo decir: que la murmuración de todo tipo, contra quien sea o contra lo que sea que se dirija, es de hecho, una reprensión de Dios mismo, sin quien ni un gorrión cae al suelo, ni siquiera un cabello cae de nuestras cabezas.

La soberanía de Dios en la disposición de su gracia salvadora es especialmente ofensiva para el corazón orgulloso del hombre. Nos arrogamos el derecho de dispensar nuestros favores a quien queramos; ¡pero negamos ese derecho a Dios! Dios había dicho por el apóstol Pablo: «A Jacob amé, pero a Esaú aborrecí».

En cuanto a nuestro juicio sobre los caminos de Dios, bien podría un necio ignorante sentarse a juzgar las obras del más grande estadista o filósofo.

¿Quién de nosotros se sometería a que un niño que acaba de aprender a hablar criticara todas sus opiniones y maneras de actuar? Sin embargo, eso sería sabio y encomiable, en comparación con nuestra presunción de sentarnos a juzgar a Dios. Cuando una vela puede añadirse a la luz del sol meridiano , entonces podemos esperar aconsejar a Dios sobre la mejor manera de gobernar Su mundo, y la manera más eficaz de promover Su propia gloria.

Cuando cuestionamos la soberanía de Dios para hacer lo que le plazca de cualquier manera, en realidad estamos diciendo que:

1. Dios está obligado a consultarme en cualquier cosa que haga.

2. Soy competente para juzgar los procedimientos de Dios.

3. Sé mejor que Dios mismo lo que le conviene hacer.

¿Quién es el hombre insignificante para cuestionar a ese Dios de quien deriva su propia existencia, y que lo mantiene en existencia con cada aliento que respira?


*Charles Simeon fue un teólogo, pastor y maestro de aspirantes a predicadores. La influencia a través de su obra y de su vida, es más que significativa para los pastores y predicadores de hoy.

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