Por: Teología Sana.
Esta denominación para referirse a María tiene tanta importancia en el seno de las iglesias católica y orientales que casi puede considerarse como el apelativo preferido para dirigirse a ella. De hecho, la segunda parte: del Ave María, la oración mariana por antonomasia, comienza con una clara invocación: «Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores…»
Aunque es obvio que la Escritura se refiere a María como madre de Jesús en repetidas ocasiones, no usa en un solo lugar el calificativo de «madre de Dios». Lo mismo podemos decir de los escritos de los primeros cristianos hasta el siglo tercero D.C. donde no aparece jamás la mencionada expresión.
Es a partir del siglo cuarto, y sólo en Oriente, cuando surge la costumbre de denominar a María con el calificativo de «Zeotókos» (literalmente: la que pare a Dios). Pese a todo, la aceptación del mismo iba a distar mucho de ser pacífica.
Ya avanzado el siglo quinto, Nestorio, patriarca de Constantinopla, insistió en que si bien era correcto llamar a María «Jristotokos» (la que parió a Cristo), no lo era el aplicarle el término «Zeotókos». Por desgracia, la cristología de Nestorio era errónea a la hora de definir la relación entre la humanidad y la divinidad de Cristo y esto generó una serie de disputas en las que, paradójicamente, se terminó por condenar no sólo los aspectos heterodoxos de su enseñanza, sino también por consagrar el término Zeotókos.
El impulso inicial de este calificativo se produjo en el Concilio de Éfeso del año 431, aunque no fue declarado dogma de fe hasta veinte años más tarde en el Concilio de Calcedonia. Pese a todo, al menos en sus inicios, el calificativo de Zeotókos no pretendía atribuir honores a María, sino subrayar la plena divinidad de Cristo.
De hecho, en la carta de Cirilo de Alejandría, dirigida a Nestorio y leída y aprobada por el Concilio de Éfeso se afirmaba: «… (los Padres) no dudaron en llamar Zeotókos a la santa Virgen, no porque la naturaleza o divinidad del Verbo deba su origen a la Virgen santa, sino porque tomó de ella aquel sagrado cuerpo dotado de alma inteligente, unido al cual con unión hipostática se dice en verdad que nació el Verbo de Dios según la carne» (DS 250-1).
Aunque, sin duda, la intención de los obispos reunidos en el concilio era correcta -defender la plena deidad de Cristo – el medio elegido para hacerlo denominar Zeotókos a María fue equivocado y trajo consecuencias inesperadas. La primera y más importante fue la de desplazar el carácter cristológico de la expresión hasta convertirla en un título mariológico.
De hecho, el concilio Vaticano II no ha hecho sino recoger esta interpretación torcida del concilio de Éfeso que ya cuenta con siglos de vida: «la virgen María… es reconocida y honrada como verdadera Madre de Dios y del Redentor» (LG 53). En otras palabras, lo que era un concepto destinado a señalar inconfundiblemente la gloria de Cristo, se ha convertido en expresión para reconocimiento y honra de María.
Semejante mutación teológica no debería extrañarnos por cuanto se produce en una ciudad caracterizada por el culto a una diosa …
Vidal, C. (1994). El mito de María (p. 87-89). Chick Publications.
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