Por: Charles Spurgeon
Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. JUAN 13:13–14
Al tomar el cuenco, la jarra y la toalla para lavar los pies de sus discípulos, puedes ver la humildad de su disposición. Y enseguida, después de esto, lo ves entregándose a sí mismo, su cuerpo, su alma y su espíritu para servirnos. Y qué si digo que incluso en este mismo momento, como el Hijo del hombre en el cielo, él sigue haciendo una especie de servicio para su pueblo.
Por amor a Sión él no guarda silencio y por amor a Jerusalén él no descansa, sino que sigue intercediendo por aquellos cuyos nombres lleva en su corazón. Escuchen, pues, todos ustedes, y que todo el que lo escuche aclame ese hecho misericordioso. Sean santos o pecadores, ya salvos o sedientos del conocimiento de la salvación, debe aceptarse la idea de que la encomienda de Cristo no era engrandecerse a sí mismo sino beneficiarnos a nosotros. Él no vino a ser servido, sino a servir.
¿No te viene esto bien a ti, pobre pecador, tú que nunca le serviste, tú que no podrías, como estás, ministrarle a él? Bueno, él no vino a buscar tu servicio, él vino a dar sus servicios, no para que primero tú le muestres honor, sino para mostrarte misericordia. ¡Lo necesitas tanto! Y ya que él no ha venido a buscar tesoros, sino a conceder riquezas inescrutables, no para buscar muestras de salud, sino ejemplos de enfermedad sobre los cuales el arte sanadora de su gracia pueda operar, de seguro hay esperanza para ti.
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