Por: Charles Spurgeon
Cuando estén sumidos en la propia angustia del dolor, cuando estén rodeados por amargas aflicciones tanto de la mente como del cuerpo, sigan orando. No abandonen el «Padre nuestro». No permitan que sus llantos sean dirigidos al aire; no permitan que sus gemidos sean ante su médico, o su enfermera, sino que deben clamar: «Padre». ¿Acaso no clama así el niño que ha perdido su camino? Si está a oscuras en la noche, y se despierta en una habitación solitaria, ¿no grita: «Padre»; y acaso no es conmovido el corazón de un padre por ese grito? ¿Hay alguien aquí que nunca haya clamado a Dios? ¿Hay alguien aquí que nunca haya dicho: «Padre»? Entonces, Padre mío, pon Tu amor en sus corazones, y condúcelos a decir esta noche: «Me levantaré e iré a mi Padre». Tú serás realmente reconocido como hijo de Dios si resuena ese clamor en tu corazón y en tus labios.
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