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Por: J.C. Ryle

Leer Juan 3: 1 – 8

El cambio que nuestro Señor declara aquí necesario para la salvación no es superficial ni ligero. No es una mera reforma, una corrección, un cambio moral o una alteración exterior de la vida. Es un profundo cambio del corazón, de la voluntad y del carácter. Es una resurrección. Es una nueva creación. Es pasar de muerte a vida. Es la implantación en nuestros corazones de un nuevo principio procedente de lo alto. Es dotar de existencia a una nueva criatura, con una nueva naturaleza, nuevos hábitos de vida, nuevos gustos, nuevos deseos, nuevos apetitos, nuevos juicios, nuevas opiniones, nuevas esperanzas y nuevos temores. No es nada más ni nada menos que esto lo que está implicado cuando nuestro Señor declara que todos necesitamos “nacer de nuevo”.

El estado corrupto en el que nos encontramos todos sin excepción hace que este cambio de corazón sea absolutamente necesario: “Lo que es nacido de la carne, carne es”. Nuestra naturaleza está completamente caída. Los designios de la carne son enemistad contra Dios (cf. Romanos 8:7). Venimos a este mundo sin fe, amor a Dios o temor de Él. No tenemos inclinación natural a obedecerle o servirle y no experimentamos placer alguno por naturaleza en hacer su voluntad. Ningún hijo de Adán iría jamás a Dios por sí mismo. La descripción más acertada del cambio que todos necesitamos a fin de convertirnos en verdaderos cristianos es la expresión “nacer de nuevo”.

No olvidemos jamás que no podemos procurarnos este gran cambio a nosotros mismos. El mismísimo nombre que le da nuestro Señor es prueba convincente de ello. Lo denomina “nacer”. Nadie es autor de su propia existencia y nadie puede avivar su propia alma. Esperar que el hombre natural se vuelva por sí mismo espiritual es como esperar que un muerto se proporcione vida a sí mismo. Es necesario que se ejerza un poder desde lo alto, el mismo poder que creó el mundo (cf. 2 Corintios 4:6). El hombre puede hacer muchas cosas; pero no conferirse vida a sí mismo ni dársela a otros. Dar vida es una prerrogativa específica de Dios. ¡Bien puede declarar nuestro Señor que necesitamos “nacer de nuevo”!

Sobre todo, recordemos que, sin este gran cambio no podemos ir al Cielo; y aun en el caso de que fuéramos, no podríamos disfrutar de él. Las palabras de nuestro Señor en este punto son categóricas e inequívocas: “El que no naciere de nuevo, no puede ver [ni entrar en] el reino de Dios”. Se puede alcanzar el Cielo sin riqueza, cultura o nivel social. Pero si las palabras significan lo que significan, es tan claro como el sol de mediodía que nadie puede entrar en el Cielo sin “nacer de nuevo”.

*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo. 


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