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Por: L.R. Shelton Jr

Este artículo forma parte de la serie: Amadores de sí mismos.

Los afectos del profesante carnal del cristianismo son erróneos. La Biblia enseña que son “amadores de sí mismos, avaros…amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:2, 4).

Ahora bien, donde está el corazón del hombre, allí también estarán sus afectos (Mateo 6:21). Y cuando el corazón del hombre no ha sido liberado del amor al “yo”, su vida está llena de todos los demás pecados que hemos descrito anteriormente. Dios aborrece la avaricia, y nos libra de ella cuando nos da una vida nueva en Cristo Jesús. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).

Una vida de negarse a sí mismo

La Palabra de Dios nos llama a una vida de renunciamiento, en la cual debemos poner “la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:2). Por lo tanto, debido a que nuestro Señor se oponía tanto a la avaricia, vemos en los Evangelios que advirtió muchas veces a sus seguidores que no fueran amadores de sí mismos. Tenemos que renunciar a nuestro propio camino y al amor del “yo”. Ahora, al considerar estos pasajes, te dejo decidir si el hombre cuya vida está controlada por este pecado puede acaso ser un hijo de Dios. ¿O es más bien un alma engañada, engañada por este evangelio falso del cristianismo carnal? En Lucas 14:26, oímos a nuestro Señor pronunciar estas palabras alarmantes:

“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer e hijos, y hermanos y hermanas, y aun su propia vida, no puede ser mi discípulo”. Sí, eso es alarmante, pero son las palabras del Hijo eterno de Dios, y él no puede mentir. En otras palabras, está diciendo: “Comparando su amor por mí, seguirme en este presente mundo malo, entonces es como si un hombre odiara a su padre, madre, esposa, hijos, hermanos y hermanas, y sí, también a su propia vida” Pero, amigo, esta no es la única ocasión en que nuestro Señor habla de este modo. En Mateo 16:24, 25, dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”. ¡O sea que si procuro salvar mi vida negándome a hacer del renunciamiento una práctica de mi fe cristiana, lo voy a perder todo! En realidad no he salvado nada, sino que perdí todo. Pero si pierdo mi vida por causa de Cristo, y dejo de amarme a mí mismo más que a Dios, entonces conservaré mi vida para vida eterna. Vemos nuevamente en Juan 12:25: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará”. Bueno, sigue dándote todos los gustos, nunca renuncies a nada —haciendo lo que a ti te parece lo mejor para satisfacer los deseos de la carne, el deseo de los ojos y el orgullo de tu vida— y perderás esa vida que procuraste salvar y que amaste. En cambio, “el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará”.

Lo que nuestro Señor está diciendo aquí en estos pasajes y en muchos otros, es que no hay lugar en su reino para los “amadores de sí mismos”, porque su reino se compone de los que lo aman a él sobre todas las cosas, y se niegan a sí mismos. Lo repito: el que ama su vida más que a Cristo, la perderá; mas el que aborrece su vida en este mundo, prefiriendo el favor de Dios y mostrando más interés en Cristo que en su propia vida la guardará para vida eterna.

Fragmentos tomados del libro «El verdadero evangelio de Cristo vs.. el evangelio falso del cristianismo carnal – L. R. Shelton Jr«, puede descargar el libro EN ESTE ENLACE.


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