Por: J.C. Ryle
Se nos dice que, cuando nuestro Señor estaba en Jerusalén por primera vez, no se fiaba de aquellos que profesaban creer en Él. Sabía que no podía fiarse de ellos. Estaban impresionados por los milagros que le habían visto obrar. Hasta estaban intelectualmente convencidos de que era el Mesías al que llevaban tiempo esperando. Pero no eran verdaderamente sus discípulos (cf. Juan 8:31). No se habían convertido ni eran verdaderos creyentes. Sus corazones no eran rectos a los ojos de Dios, aunque sus sentimientos fueran de emoción. Su hombre interior no había sido renovado, independientemente de lo que profesaran con sus labios. Nuestro Señor sabía que casi todos ellos eran oyentes tipo terreno pedregoso (cf. Lucas 8:13). Tan pronto como surgieran la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, su supuesta fe probablemente se desvanecería y llegaría a su fin. Todo esto lo veía nuestro Señor con total claridad, aunque otros que le rodeaban no lo hicieran. Andrés, Pedro, Juan, Felipe y Natanael quizá se sorprendieron de que su Maestro no recibiera a aquellos aparentes creyentes con los brazos abiertos. Pero ellos solo eran capaces de juzgar las cosas por su apariencia externa. Su Maestro podía leer los corazones: “Sabía lo que había en el hombre”.
La verdad que tenemos delante debería hacer temblar a los hipócritas y falsos cristianos. Pueden engañar a los hombres, pero no pueden engañar a Cristo. Pueden llevar un manto religioso y aparentar, como los sepulcros blanqueados, belleza a los ojos de los hombres. Pero los ojos de Cristo ven su podredumbre interior y el Juicio de Cristo sin duda les alcanzará, a no ser que se arrepientan. Cristo ya está leyendo sus corazones y al hacerlo está descontento. Si no se les conoce en la Tierra, sí en el Cielo; y serán ampliamente conocidos, para su vergüenza, ante todos los mundos reunidos si mueren sin haber cambiado. Está escrito: “Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto” (Apocalipsis 3:1).
Pero la verdad que tenemos delante tiene dos caras, como la columna de nube y de fuego frente al mar Rojo (cf. Éxodo 14:20). Es tinieblas para los hipócritas, pero alumbra con fulgor sobre los verdaderos creyentes. Amenaza con ira a los falsos cristianos, pero habla de paz a todos aquellos que aman al Señor Jesucristo con sinceridad. Un verdadero cristiano puede ser débil, pero es sincero. En cualquier caso, el siervo de Cristo puede decir una cosa cuando se ve abrumado por un sentido de su propia debilidad o sufre por las calumnias de un mundo caído. Puede decir: “Señor, soy un pobre pecador; pero hablo con la mayor seriedad, soy sincero. Tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Tú conoces todos los corazones y sabes que, aunque mi corazón sea débil, es un corazón que no se separa de ti”. El falso cristiano se oculta de la vista de un Salvador que todo lo ve. El verdadero cristiano desea que los ojos de su Señor estén sobre él mañana, tarde y noche. No tiene nada que esconder.
*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo. Foto de Kym Ellis en Unsplash
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Cuando leo que un cristiano puede ser débil, y sincero a la vez pero la biblia me dice que Dios nos ha dado un espíritu de dominio propio.