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Por: David Wilkerson

Imagina la angustia de Saulo cuando Cristo lo enfrentó cerca de Damasco con una realidad dolorosa. El Señor le dijo a Saulo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Ver Hechos 9:4-5). Saulo había pensado que estaba tratando simplemente con personas, haciendo el trabajo de Dios para erradicar a los herejes judíos.

Saulo fue sacudido con la verdad: «Jesús tiene un cuerpo espiritual. Él es la cabeza y su cuerpo, es decir, sus hijos aquí en la tierra, están conectados a la cabeza. Es un solo cuerpo, formado por los creyentes que son carne de su carne, y cualquier persona que esté contra uno de ellos está en realidad contra él».

CAUSANDO DOLOR A JESÚS

Cada «persona de Jesús» a quien Saulo había perseguido y encarcelado – todo lo que había dicho y hecho en contra de ellos – Cristo mismo lo había sentido en forma personal. La confrontación de Saulo con esta verdad cambió su vida.

Luego, como apóstol Pablo, fue creciendo para comprender cuan profundamente Dios ama a su Iglesia. Llegó a ver que, a los ojos del Señor, la Iglesia era una perla costosa. También era una novia sin mancha para su Hijo, un cuerpo corporativo e invisible, formado por sus hijos de toda raza y nación de la tierra, comprados por su sangre.

UNA IMPORTANTE VERDAD

Estoy convencido de que no tomamos esta verdad tan seriamente como deberíamos. Una comprensión total significaría el fin de todos los resentimientos en la Iglesia…el fin de toda amargura…el fin de todo prejuicio, competencia carnal, orgullo, chisme y división.

“Para que no haya desavenencia [división o discordia] en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros (1 Corintios 12:25).


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