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Por: Miguel Núñez

Este artículo forma parte de la serie «95 tesis para la iglesia de hoy» del Pastor Miguel Núñez

Basada en Hechos 13:1-3

Uno de los grandes beneficios de los movimientos de iglesia hoy en día es el entusiasmo que existe en plantar iglesias. Lamentablemente, como todo lo que el hombre hace, con frecuencia viene con sus debilidades y sus dificultades. Muchos son los que han ido a plantar iglesias de manera solitaria, han ido sin ninguna iglesia que los envíe, han ido sin ninguna iglesia que los respalde o los recomiende; y realmente ese no es el patrón del Nuevo Testamento. La Palabra de Dios nos deja ver claramente que aquellos que han de ir, ya sea como misioneros o como plantadores, deben tener una iglesia detrás que haya reconocido sus dones, talentos, llamados, carácter; y que pueda realmente respaldar su obra y su llamado. Hay un llamado interno, que es aquel impulso que Dios pone en el interior de un hombre, llevándolo a plantar iglesias o a ir como misionero. Pero hay un llamado externo, que es el reconocimiento de parte de una congregación, donde la persona verdaderamente no solo tiene un llamado, sino un carácter que respalda el llamado.

Cuando vemos a un hombre que, por descontento con la iglesia anterior, sale y quiere plantar una iglesia como llanero solitario sin tener ninguna institución eclesiástica que lo respalde, estamos en presencia de alguien que ha violentado los patrones y las normas bíblicas. Por eso tenemos

violentado los patrones y las normas bíblicas. Por eso tenemos que volver a insistir la Palabra claramente nos enseña cómo lo hizo la Iglesia primitiva; la iglesia de Antioquía fue la iglesia que envió a Pablo y a Bernabé. Y el texto nos dice en Hechos 13:2 que mientras la iglesia ministraba y ayunaba, el Espíritu de Dios dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra del ministerio”. Y entonces, la iglesia oró y los envió. La iglesia impuso sus manos reconociendo que estos dos hombres eran hombres ya preparados y probados para el ministerio. De la misma manera debe haber una iglesia que pueda continuar orando a la hora de enviar a alguien al campo misionero o a la hora de plantar. Recordemos: no somos llaneros solitarios, nunca fue la intención de Dios que cualquiera de nosotros, en cualquier lugar, pueda plantar una iglesia simplemente porque salió de una con la cual no estuvo de acuerdo. Esa no es la forma de hacer iglesia para la gloria de Dios, en la forma de Dios, en el tiempo de Dios, con los recursos de Dios, de una manera que el nombre de Dios sea verdaderamente glorificado y exaltado.


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