Este artículo forma parte de la serie: «El cristiano con toda la armadura de Dios«
– En el Cielo seremos solamente gracia y amor, sin mezcla de pecado; pero dado que aquí nuestras corrupciones nos acompañan, el amor que tenemos aún no es perfecto. Entonces, ¿cómo se unirán los cristianos mientras no estén plenamente reconciliados con Dios en cuanto a su santificación? Mientras menos haya progresado el evangelio en nuestros corazones para mortificar las pasiones y fortalecer la paz, más débiles serán esa paz y el amor entre nosotros.
– A medida que la gracia fortalece a los cristianos, y el evangelio prevalece en sus corazones, el amor y el espíritu de unidad aumentan.
– Profesas que estás bautizado en el espíritu del evangelio de Cristo, pero ese evangelio que hace las paces entre el lobo y el cordero, nunca enseñará al cordero a volverse lobo para devorar a otros corderos. Jesús dijo a los dos discípulos que se airaban, que no conocían cuál era la fuente de su ira: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois” (Lc. 9:55). Esa amarga pasión no encaja con el manso Señor al que sirves, ni con el evangelio de paz que él predica.
– Así como el evangelio no nos permite pagar a nuestros enemigos con su propia moneda, devolviendo ira por ira, ciertamente también nos prohíbe que un hermano escupa fuego en la cara de otro. Cuando esas brasas de contención empiezan a humear entre los cristianos, podemos estar seguros de que Satanás ha encendido la chispa: él es el gran inflamador de toda riña.
– No hay nada, aparte de Cristo y del Cielo, que Satanás aborrezca más de los creyentes que su paz y su amor entre sí. Si no puede separarlos de Jesús, impidiendo que vayan al Cielo, se complace siniestramente en verlos navegar en la tormenta. Quiere que sean como una flota maltrecha, cristianos separados y privados del consuelo de otros hermanos en el camino. Cuando el diablo puede dividir, también espera arruinar, sabiendo que un solo barco es más fácil de hundir que toda una escuadra.
– ¡Cristiano! ¿No tiene el amor de Cristo derecho a pedirte hacer cualquier cosa —todas las cosas— por él? Si te pidiera poner la vida por Aquel que te amó hasta la muerte, ¿se lo negarías? Entonces, ¿no te persuadirá su amor para deponer tus contenciones y divisiones? Cristo resaltó esto, como si su propio gozo y el de sus discípulos estuvieran entretejidos en este mandamiento de amor mutuo: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Jn. 15:11).
– La Iglesia de Cristo es un pueblo llamado afuera del mundo para serle alabanza ante las naciones.
– Un pueblo envidioso y dividido no trae alabanza al nombre de Cristo. Cuando Jesús oró que su pueblo se perfeccionara en la unidad, empleó este argumento: “Para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:21). Me sangra el corazón al oír a tantos labios profanos blasfemar a Cristo. Las divisiones entre los cristianos es lo que más ha causado tanta maledicencia.
– Si el cuerpo de Cristo está dividido, ¿quién estará de acuerdo? Cristo se ha esmerado en quitar toda ocasión de disputa entre los cristianos, lo cual hace sus disensiones tanto infantiles como pecaminosas.
– A veces un niño se entristece si el afecto de sus padres se da a otros que no sean él; entonces siente envidia de ellos y ellos lo desprecian. No existe tal favoritismo en la familia de Dios: cada uno es igualmente precioso para el Hijo de Dios.
– Cristo es para la Iglesia lo que el alma para el cuerpo: cada miembro de su Cuerpo tiene la totalidad de él, todo su amor y corazón, como si fuera la única persona que disfrutara del Salvador.
– Un padre natural a menudo demuestra gran injusticia en la distribución de sus bienes. No todos sus hijos son herederos, y esto siembra cizaña entre ellos, como en el caso de Jacob. Cristo ha hecho su testamento de forma que todos hereden por igual; una provisión llamada “nuestra común salvación” y “la herencia de los santos en luz” (Jud. 3; Col. 1:12). Cada cual puede disfrutar su felicidad sin molestar a los demás, así como millones de personas miran el mismo sol a la vez. Nadie estorba a nadie.
– Jesús acalló todo malentendido y preferencia al orar: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno” (Jn. 17:22). Nadie puede envidiar a otro por tener más que él, cuando ve que la gloria también es suya. Es verdad que hay diferencias en los dones externos o naturales entre creyentes: algunos tienen muchos, otros pocos. ¿Pero son esos dones tan importantes como para provocar una guerra entre los que esperan el mismo Cielo?
– Que el pueblo de Dios discuta en presencia de idólatras da lugar a chismorreos vulgares que los deshonra a ellos y a su profesión de fe.
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