Por: William Gouge (1575-1653): Pastor puritano inglés, teólogo y autor.
B. La corrección o castigo
Sobre corregir a los hijos: La última y más adecuada clase de corrección, es la real o física, es decir, con la vara. También es un medio designado por Dios para ayudar a la buena educación y crianza de los hijos. Es el último remedio que un padre puede usar, un remedio que puede ser beneficioso cuando ninguna otra cosa lo es.
A través del Espíritu Santo, es expresamente ordenado y también repetido con insistencia con frases como: “Castiga a tu hijo” (Pr. 19:18); “Corrige a tu hijo” (Pr. 29:17); “No rehúses corregir al muchacho” (Pr. 23:13); “Lo castigarás con vara” (Pr. 23:14). Si no hubiera más motivo, con esto basta. El encargo de Dios fue tal motivo para Abraham que habría sacrificado a su hijo (Gn. 22:2-3). ¿No corregirás a tu hijo por mandato de Dios?
El propio ejemplo de Dios también lo recomienda y esto no se expone sólo en unos ejemplos particulares, sino en su trato general y constante con todos, y es una muestra especial y el fruto de su amor. “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo… Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos” (He. 12:6, 8). Que este ejemplo de Dios sea tomado en cuenta porque es de gran peso. ¿Quién puede decir mejor que Dios qué tipo de trato es el más adecuado para los hijos? ¿Quién puede formar mejor a los hijos que Dios? ¿Quién tiene por objeto verdadero el bien de los hijos y quién lo procura más que Dios? Sí; ¿quién tiene más ternura hacia sus hijos que Dios? Si Dios, el Padre de los espíritus en sabiduría y amor trata así con sus hijos, los padres de carne y hueso no pueden demostrar sabiduría y amor actuando de la forma contraria. Su sabiduría será necedad y su amor, odio. Sobre estas bases, se da por sentado que los padres [que se ocupan del bien de sus hijos como deben] castigan a sus hijos, según lo requiera la necesidad, porque se dice: “Porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere” (Pr. 3:12)… Como algo sin controversia, se afirma: “Tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban” (He. 12:9).
Las razones de la equidad de este deber conciernen, en parte, a los hijos que reciben la corrección o castigo, y a los padres que la llevan a cabo. En cuanto a los hijos, los libera de mucho mal y hace en ellos mucho bien.
La corrección es como la medicina para purgar la gran corrupción que acecha a los hijos y como una pomada que sana muchas heridas y llagas causadas por su necedad. A este respecto, Salomón afirma: “La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él” (Pr. 22:15)… Respecto a la operación interna de esta medicina, se dice, además, que la corrección protege a un hijo de la muerte [“No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá” (Pr. 23:13)] y eso, no sólo de la muerte temporal [ya que muchos hijos son protegidos así de la espada del juez], sino también de la muerte eterna [“Librarás su alma del Seol” (Pr. 23:14)]. Observa esto, padre indulgente cuya excesiva suavidad es una gran crueldad. ¿Acaso no consideraríamos como un padre cruel a aquel que viendo a su hijo sufrir enfermedades, furúnculos, llagas y heridas siguiera agravando y aumentando el padecer de su hijo sin darle medicamento ni aplicar apósitos? No, más bien, ¿quién ve a su hijo correr hacia un fuego ardiente o hacia aguas profundas y no lo retiene? Tan cruel y más, son aquellos que soportan ver a sus hijos correr hacia el mal, en vez de corregirlos.
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