Por: Charles Spurgeon
“Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza”. He aquí, el fin del gran conflicto. Satanás, quien encabeza los poderes del mal en el mundo, ha de luchar con toda su astucia y fuerza, y ha de tener éxito hasta el punto de herir el calcañar del Campeón contra quien lucha; pero al final, la simiente de la mujer ha de herir su cabeza.
Esto se cumplió cuando el Señor Jesús murió: ¡Al morir, honró la Ley, eliminó el pecado, mató a la muerte y derrotó al infierno! Cuando el gran Sustituto bebió la copa de la ira hasta sus últimas heces2 por cada alma creyente; cuando arrancó la puerta del sepulcro y se la llevó como Sansón se llevó las puertas de Gaza, con sus pilares, su cerrojo y todo (Jue. 16:3); cuando abrió las puertas del cielo y llevó cautiva a la cautividad; entonces, en verdad, la cabeza del dragón fue aplastada. ¿Qué puede hacer ahora Satanás? ¿No está abatido el acusador de los hermanos? Sigue haciendo de las suyas con amargura y malicia; pero Cristo lo ha aplastado. Sí, el mismo Cristo que fue “despreciado y desechado entre los hombres” (Is. 53:3) —el Hombre de la corona de espinas y el semblante desfigurado, el Hombre de los hombros sangrantes, y las manos y los pies traspasados, el Hombre que nació de una virgen, la simiente de la mujer— ha quebrado el poder del enemigo. ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Él ha derribado al príncipe de las tinieblas de sus lugares altos! ¿No dijo Él mismo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc 10:18)? ¡Él ha herido la cabeza de la serpiente!
Esto es hecho también en todos los creyentes y se hará aún más eficazmente. Hermanos, en aquel día en que el Espíritu Santo nos llevó a confiar en el Señor Jesús, nosotros herimos la cabeza de la serpiente. Él había estado acostumbrado a mandar y nosotros a obedecer; así, el pecado tenía dominio sobre nosotros. Pero tan pronto como creímos en Cristo, ese dominio terminó, y Dagón cayó ante el arca del Señor (1 S. 5:2-7). Veo que la serpiente se eleva sobre mí. Esta gran pitón, con las fauces abiertas, se abalanza sobre mí como si fuera a tragarme rápidamente. Pero no tengo miedo. ¡Oh serpiente, en Cristo Jesús, mi Señor, te he herido en la cabeza porque también, yo soy de la simiente de la mujer! La serpiente no puede levantarse contra la simiente elegida. ¿Qué puede hacer con la cabeza aplastada? Sabe que Dios ha decretado que todo creyente triunfe sobre ella. Está escrito: “El Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies” (Ro. 16:20). ¡Aleluya una vez más!
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Tomado de un sermón predicado en la mañana del Día del Señor, 21 de septiembre de 1890, en el Tabernáculo Metropolitano, Newington.
*Charles H. Spurgeon (1834-1892): Influyente predicador bautista inglés; nacido en Kelvedon, Essex, Inglaterra, Reino Unido.
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