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Por: Andrew Murray

Este artículo forma parte de la serie: «120 meditaciones de Andrew Murray«

«¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! ¡Son más dulces que la miel a mi boca! Salmo 119: 103

La meditación debe conducir a la oración. Ella provee material para la oración. Debe conducir a la oración para pedir y recibir definitivamente lo que se ha visto o se ha aceptado en la Palabra. El valor de la meditación consiste en que es la preparación para la oración, para la súplica deliberada y fervorosa por lo que el corazón ha sentido que la Palabra le ha revelado como necesario o posible. La recompensa de descansar por un tiempo del esfuerzo intelectual, y de cultivar el hábito de la meditación santa será que con el paso del tiempo las dos voluntades entrarán en armonía y todo nuestro estudio será animado por el espíritu de una apacible espera en Dios, y una entrega y un abandono al corazón y a la vida de la Palabra.

Nuestra comunión con Dios debe durar todo el día. La bendición de convertir en hábito la verdadera meditación durante las devociones de la mañana será que estaremos más cerca de la bienaventuranza del hombre que menciona el Salmo primero: «Bienaventurado el varón que se deleita en la ley del Señor, y medita en ella de día y de noche» (Salmo 103: 2 RVR).

Que nada menos que esto sean su oración y su expectativa; que su meditación sea verdadera adoración, el sometimiento vital del corazón a la Palabra de Dios en su presencia. Haga de las palabras del salmista su máximo objetivo y su sincera oración: «Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Señor, roca mía, y redentor mío» (Salmo 19:14 RVR).

Reflexión: ¿Cuál es la conexión entre oración y meditación? ¿Cómo es que las dos disciplinas se complementan entre sí? Pídale a Dios que le ayude a nutrir el hábito de la oración mientras medita en su Palabra.

*Andrew Murray fue un escritor, maestro y pastor cristiano sudafricano. Murray consideraba que las misiones eran «el fin principal de la iglesia».


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