Por: David Wilkerson
La Escritura es clara respecto a que Dios no toma la incredulidad a la ligera. El Nuevo Testamento nos da un ejemplo de esto en la historia de Zacarías. En Lucas 1, Dios le prometió el milagro de un hijo al avejentado sacerdote, un hijo que sería el precursor del Mesías.
El ángel Gabriel se le apareció diciendo: “Tu oración ha sido oída, Zacarías. Tendrás un hijo, y lo llamarás Juan”. Zacarías era un siervo fiel y devoto, que había orado toda su vida por la venida del Mesías. Él estaba quemando incienso en el templo cuando recibió estas noticias.
UNA PROMESA DEMASIADO MARAVILLOSA PARA CREER
Zacarías sabía que, ya que él y su esposa estaban bien pasados de edad para concebir un niño, ésta era una promesa de peso. Él debía preguntarse: “¿Cómo puede ser esto? Elisabet y yo, ambos somos ya de edad avanzada”. Él fue golpeado por la incredulidad.
Pero Dios no excusó la falta de fe de Zacarías. Él no tuvo lástima por su edad ni tomó en cuenta su servicio devoto en el pasado. El hecho es que Dios no iba a pasar por alto la incredulidad, ni siquiera en este siervo dedicado. Por el contrario, el ángel le dijo a Zacarías:
“Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo” (Lucas 1:20).
Éste era un castigo doloroso para Zacarías. Su propio hijo iba a ser el heraldo de la venida del Mesías, pero ni el mismo sacerdote podría celebrar las noticias durante el embarazo de su esposa.