Por: J.C. Ryle
Leer Juan 2:1–11
En estos versículos aprendemos cuán honroso es a los ojos de Dios el estado matrimonial. Su presencia en unas bodas fue casi el primer acto público del ministerio terrenal de nuestro Señor. El matrimonio no es un sacramento como afirma la Iglesia católica romana. Es simplemente un estado de vida ordenado por Dios para beneficio del hombre. Pero un estado del que nunca se debe hablar con frivolidad y que no debe considerarse de manera irrespetuosa. El culto del Libro de Oración lo ha descrito bien como un estado honroso establecido por Dios en la creación del hombre y que representa para nosotros “el misterio de la unión entre Cristo y su Iglesia”. La sociedad nunca goza de buena salud —y nunca florece una verdadera religión— en aquella tierra donde el vínculo matrimonial es tenido en poca estima. Aquellos que lo desprecian no tienen la mente de Cristo. Aquel
que enalteció y honró el estado matrimonial con su presencia y su primer milagro obrado en Caná de Galilea es alguien que no cambia jamás de parecer. “Honroso —dice el Espíritu Santo por medio de S. Pablo— sea en todos el matrimonio” (Hebreos 13:4).
No obstante, no se debe olvidar una cosa. El matrimonio es un paso que afecta tan seriamente a la felicidad terrenal y a la salud espiritual de dos almas inmortales, que nunca se debería realizar de manera imprudente, a la ligera, caprichosamente y sin la debida consideración. Para ser verdaderamente felices se debe realizar con reverencia, discreción, sensatez y en el temor de Dios. La bendición y la presencia de Cristo son esenciales para una boda feliz. El matrimonio en el que no hay lugar para Cristo y sus discípulos no se puede esperar que prospere, con razón.
*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo. Foto de Edgar Martínez.
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