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Por: Jonathan Edwards

Este artículo forma parte de la serie: «365 días con Jonathan Edwards«

Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca» (Hebreos 10:24-25).

Si se considera la naturaleza y el estado de la raza humana en este mundo, es del todo consonante con la razón humana que se establezcan ciertos momentos para que la Iglesia se dedique por entero a los ejercicios religiosos y a los deberes de la adoración divina. Adorar y servir a Dios es un deber que atañe a todos los seres humanos y en todas las épocas. Su servicio debería ser nuestra gran ocupación. Es conveniente que lo adoremos con la mayor devoción y dedicación mental; y, por tanto, cuando llegue el momento, procurar que nuestras circunstancias sean las más apropiadas para que nuestras mentes se entreguen plenamente a esta obra, sin interrupciones ni distracciones.

El estado de la raza humana en este mundo es tal que se nos llama a ocuparnos de nuestras tareas y compromisos seculares que, por fuerza y de manera considerable, ocupan nuestros pensamientos y reclaman nuestra atención. Si bien puede suceder que algunas personas concretas estén más libres y sin compromisos, el estado de la raza humana es tal que la mayor parte de las personas, en todas las épocas y naciones, reciben el llamamiento a dedicar sus pensamientos a cuestiones seculares y a ocuparse de labores terrenales que, por su propia naturaleza, están lejos de los deberes solemnes de la religión.

Es apropiado y conveniente, por tanto, que se establezcan ciertos momentos en que se requiera a las personas que dejen de lado cualquier otra preocupación para que sus mentes puedan concentrarse libre y plenamente en los ejercicios espirituales, en los deberes de la religión y en la adoración inmediata de Dios; y que, al abstraerse sus mentes de las preocupaciones ordinarias, su religión no se mezcle con ellas.

(De «La perpetuidad y el cambio del sábado, p. 94). Citado en «365 días con Jonathan Edwards«, lecturas seleccionadas y editadas por Dustin W. Benge, puedes adquirirlo en este enlace.

*Jonathan Edwards (1703 – 1758). Predicador norteamericano congregacionalista, usado por el Señor en el Gran Despertar ; nacido en East Windsor, Condado de Connecticut, puedes leer más de su biografía en este enlace.


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