Por: George Whitefield
Este artículo forma parte de la serie: 365 días con George Whitefield
El Dios tuyo por tu gloria. Isaías 60:19c
¿Qué importa decir <<esto es mío, y aquello es mío>> si no podemos decir <<Dios es mío»? Lo mejor que Dios nos ha dejado en el Nuevo Testamento es él mismo: «Seré a ellos por Dios».
Ese es uno de sus legados. <<[Les] daré corazón nuevo» es otro. <<Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré>> es otro más. Pero todo eso no vale para nada, en términos comparativos, a menos que Dios diga a la vez, puesto que son cosas inseparables: <<Y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo.
Ahora bien, ¿cómo podemos saber que Dios es nuestro Dios? Me temo que algunos creen que es imposible saberlo. Bien, si crees tal cosa, crea tu propia adoración, levanta un altar y, en lugar de recibir a Dios en el sacramento como tuyo, ve y adora a un Dios desconocido. Estoy tan lejos de creer que no podemos saber si Dios es nuestro que estoy plenamente convencido de ello, y diría desde la humildad, sin marcharme, con una mentira en los labios, que he sabido durante cerca de treinta y cinco años, tan claramente como el sol en su cénit, que Dios es mi Dios […]. Te haría la siguiente pregunta: <<¿Alguna vez has sentido el deseo de que Dios sea tu Dios?».
Nadie conoce a Dios como Dios suyo sin sentir que es su Dios en Cristo. Sin Cristo, Dios es un fuego consumidor. Sé que las conversiones de las personas son muy distintas, pero aun así, hermanos míos, todos debemos sentir nuestra vileza, todos debemos sentir nuestra lejanía de Dios, y sentir que estamos apartados de él […]. No se puede decir que creemos que
Dios es nuestro Dios hasta que se nos lleve a reconciliarnos con él a través de su Hijo.
Tomado de «365 días con George Whitefield«, lecturas seleccionadas y editadas por Randall J. Pederson, puedes adquirirlo en este enlace. Foto de RDNE Stock project
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