Por: John Bunyan
¡Oh, qué calor, qué fortaleza, vida, vigor y afecto los de la verdadera oración! «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. He deseado tu salvación, oh Jehová, y tu ley es mi delicia. Codicia y aun ardientemente desea mi alma los atrios de Jehová: Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo. Quebrantada está mi alma de desear tus juicios en todo tiempo».
Observad cómo dice: «Mi alma codicia», etc. ¡Oh, qué afecto se descubre en esta oración! Lo mismo encontraréis en Daniel: «Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y haz; no pongas dilación, por amor de ti mismo, Dios mío». Cada sílaba está impregnada de cálida vehemencia. Esto es lo que Santiago llama oración eficaz. Así también en Lucas 22:44: «Y estando en agonía, oraba más intensamente», o sea, que sus afectos iban más y más lejos hacia Dios en busca de Su mano ayudadora.
¡Oh, cuán lejos están de parecerse las oraciones de la mayoría de los hombres a la verdadera oración que sube al trono de Dios! ¡Qué lástima que la mayor parte no sienta este ardor en su conciencia! Y en cuanto a los que lo sienten, es de temer que muchos de ellos no sepan lo que es derramar su corazón y su alma ante Dios de manera sincera, consciente y afectuosa. Más aún, se contentan con un mero ejercicio de labios y cuerpo, musitando unas cuantas oraciones de memoria. Cuando los afectos forman de veras parte de la oración, el hombre todo participa en ella, y de tal manera, que el alma, por decirlo así, prescinde de todo antes que privarse del bien deseado, o sea, la comunión y el solaz son Cristo. Por eso los santos han gastado sus fuerzas y han perdido sus vidas antes que privarse de la bendición (Salmo 79:3, 38:9-10; Génesis 32:24).
Todo este formalismo se observa sobremanera en la ignorancia, irreverencia y envidia que reina en los corazones de aquellos que son tan celosos de las formas de la oración, pero no de su poder. Apenas hay uno entre cuarenta que sepa lo qué es haber nacido de nuevo; tener comunión con el Padre por medio del Hijo; experimentar el poder de la gracia santificante en su corazón. A pesar de todas sus oraciones, viven todavía vidas llenas de maldición, embriaguez, lascivia, abominación y malicia, persiguiendo a los amados hijos de Dios. ¡Oh qué horrendo juicio vendrá sobre ellos; juicio contra el cual todas sus reuniones hipócritas, y todas sus oraciones, jamás podrán ayudarles o protegerles!
*John Bunyan fue un escritor y predicador inglés famoso por su novela El progreso del peregrino.
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