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Por: William Cooper

1 Pedro 1:6 En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas.

Solamente los cristianos dan gracias en la adversidad. Otros pueden alabar a Dios por las bendiciones, pero dar gracias en medio del peligro es el tono mas alto de la virtud, y decir: «No veo por qué motivo debería sufrir menos, todo esto es muy poco comparado con mi pecado. ¡Merecería mucho más que esto de manos del Señor!». Un cristiano ha tomado su cruz. Ninguna pérdida puede descorazonarle. Como dice el poeta: «si el mundo se rompe a pedazos y se cae cerca de mis oídos, no temeré». Las aflicciones son por nuestro bien. Nos conforman al Señor, que es nuestro mayor bien. Nos preparan para la comunión con el Señor y son señales paternales de amor. Los hijos han de someterse a la vara, y hasta besarla. El Señor purga y previene el pecado por la aflicción.

¿Acaso no agradecemos al cirujano que corta un miembro dañado? Sí, le agradecemos y también tomamos sus amargas medicinas. La cruz que Dios pone sobre nosotros está muy por debajo de lo que merecemos. ¿Qué es una gota de amargura comparado con la hiel de amargura? ¿Qué es un poco de sufrimiento comparado con el lago de fuego? Jesús bebió completa la copa de sufrimiento por nosotros. Él la bebió completamente. Nosotros no podemos, ni tenemos que hacerlo. ¡Oh, agradece a Dios que tengas una participación tan pequeña de esa copa! En la aflicción aprendemos lo que no podemos aprender de otra forma. La cera que no está caliente no puede recibir la impresión del sello. Los que están en aflicción recibirán la impresión de la divina sabiduría. Esto nos prepara para la gloria. El alfarero azota el barro para templarlo, lo moldea en la rueda, y luego lo cuece en el horno antes de usarlo. Un vaso de madera también es volteado y cortado antes de ser adecuado. El oro se calienta y se golpea antes de estar completo. Así, cada vaso de misericordia ha de ser tratado antes de que sea adecuado para la gloria. La cruz afina nuestra fe y pone lustre y filo en ella. La piedra se talla, se corta, se graba y se pule. Así, los santos sufrientes se preparan para los grados más altos de gloria.


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