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Por: John MacArthur

Este artículo forma parte de la serie: Los dones espirituales

Este don de fe que da el Espíritu según su voluntad es obviamente distinto de la fe salvadora o de la fe diaria mediante la cual vive cada creyente. Esta categoría de dones está limitada a ciertos cristianos y tiene que ver con la intensa capacidad de confiar en Dios en las dificultades y exigencias de la vida. Es la habilidad de confiar en Él frente a obstáculos abrumadores e imposibilidades humanas.

El don de fe se expresa sobre todo hacia Dios por medio de la oración, apelando y confiando en Dios para hacer aquello que está más allá de su provisión normal. Jesús dijo: “Porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mt. 17:20). Pablo alude a ese tipo de fe más adelante en esta carta: “Y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy” (13:2). Pablo no estaba despreciando la fe, sino simplemente señalando su vacuidad sin el amor. Su frase “toda la fe” parece indicar que se posee en grados.

Los que cuentan con el don de la fe tienen la habilidad especial de confiar firmemente en las promesas de Dios. Según su propio plan y voluntad, la fe activa a Dios (cp. Stg. 5:16b-18). Cuando Pablo navegaba para Roma como un prisionero, el barco se enfrentó a una terrible tormenta. Después de arrojar al mar la carga y los aparejos, se pasaron muchos días sin alimento y sin pausa en la tormenta. En los momentos de más peligro Pablo dijo a sus compañeros de viaje: “Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo” (Hch. 27:22-24). La confianza de Pablo requirió una fe especial. Su gran fe que ejerció en medio de un desastre se aferró a la promesa de Dios y dio esperanza y seguridad a todos los que lo acompañaban. Abraham también “se fortaleció en fe, dando gloria a Dios” (Ro. 4:20)

En razón de la fe fuerte de una persona otros siempre han ayudado y servido. A lo largo de la historia de la iglesia miles de santos con dones de fe han creído en Dios frente a grandes peligros y a menudo la muerte, y al ejercer su fe han fortalecido la fe de otros hermanos en el Señor. Hudson Taylor creyó que Dios ganaría muchos convertidos chinos por medio de él, y sin contar con dinero ni apoyo, negándose a solicitar un centavo de ayuda, comenzó lo que llegó a convertirse en la gran y fructífera Misión Interior de China. George Mueller, confiando solamente en Dios por medio de la oración, vio continuamente la provisión divina para su orfanato en formas milagrosas. Innumerables misioneros han llevado tribus y naciones al Señor, y evangelistas han llevado ciudades al Señor y han visto como Él ha respondido fielmente a su fe. Sus oraciones son respondidas y su fe misma queda fortalecida y multiplicada.

Fragmentos del Comentario MacArthur del Nuevo Testamento: Primera Corintios.


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