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Por: Dr. César Vidal.

Para Pablo es obvio que Dios es el que impulsa el proceso de salvación, una salvación que es por gracia, mediante Su elección y no por las obras. Cualquier respuesta, por tanto, al rechazo del evangelio por parte de alguien siempre será limitada.

En última instancia, solo Dios sabe a cabalidad por qué una persona responde a la predicación del evangelio y por qué otra lo rechaza. Al respecto, los ejemplos que podían leerse en la Escritura no eran escasos:  (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama),  se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí.» (Rom. 9:11-13).

Es una opinión bastante extendida— y, por cierto, ignorante—que la idea de que Dios provoca la salvación mediante un proceso de elección y predestinación es una ocurrencia de Juan Calvino. Pocas afirmaciones tendrán menos punto de contacto con la realidad. La realidad es que, de entrada, ni siquiera es exclusiva de la Escritura. Cuenta con notables paralelos a lo largo de la historia de las religiones. Aparece en el Antiguo Testamento (como muy bien se ocupó de señalar Pablo) y en sectores del judaísmo como los esenios, los sectarios de Qumrán y algunos fariseos. Por supuesto, las referencias a la elección no faltan en Jesús (Juan 15:16-19) quien, de hecho, afirmó de forma tajante que «nadie puede venir a Mí si el Padre no lo arrastra» (Juan 6:44). En este versículo, el término griego, lejos de referirse a una atracción suave, indica, por el contrario, un tirar con fuerza, realmente, un arrastrar.

Con posterioridad, esa creencia en la predestinación vuelve a aparecer en personajes de la talla de Agustín de Hipona o Tomás de Aquino, por no decir, durante la Reforma, en Lutero o Calvino. A pesar de todo lo anterior, y muy especialmente de la frecuencia con que aparecen en la Biblia referencias a la predestinación, la creencia es muy impopular en ciertos sectores y desde siempre ha existido una clara tendencia a encontrarla difícil de soportar. Esa actitud no solo implica una clara resistencia a aceptar lo expresado en la Escritura, sino que además incurre en contradicciones palpables en los que la niegan.

No deja de ser curioso que aquellos que rechazan la misma idea de predestinación, sin embargo, oren para que Dios «toque el corazón» de otros seres humanos para que escuchen el evangelio, mejore sus condiciones de trabajo o simplemente les eviten problemas. El porqué Dios escucharía esas oraciones que arrastrarían la voluntad humana en una dirección no deseada y, sin embargo, no ordenaría el proceso de salvación de los previamente perdidos, constituye una contradicción evidente, salvo para los que aceptan la doctrina bíblica de la predestinación. El mismo Pablo afirma su creencia en la predestinación una y otra vez en sus cartas, pero rehúye entrar en una justificación racional de la cuestión.

La Escritura lo enseña, Dios—por definición—no puede ser injusto y, por lo tanto, resulta absurdo ponerse a especular al respecto. De hecho, alegar que Dios puede no actuar con justicia porque elige a unos para salvación y a otros, no, implica, en realidad, rozar la blasfemia: ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. 15 Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. 16 Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. 17 Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. 18 De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece. 19 Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad? 20 Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: Por qué me has hecho así? 21 ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? 22 ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, 23 y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, 24 a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no solo de los judíos, sino también de los gentiles? (Rom. 9:14-24).

El hecho, pues, para Pablo resulta indiscutible y, por supuesto, no implicaba que tuviera la menor intención de pensar que Dios actuaba injustamente o de admitir que la criatura tuviera el nivel suficiente como para contender con el Creador. Semejante actitud—en la que incurren no pocos—habría sido tan soberbia y necia como el que un vaso de barro discutiera airado con el alfarero que le había dado forma.

Fuente: Apóstol para las naciones: La vida y los tiempos de Pablo de Tarso, versión electrónica. B&H Publishing Group


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