¿Quién no desea sentirse amada, valorada y necesitada? Todos responderemos que sí, pues así nos ha configurado Dios, nuestro Creador. Ahora bien, es una necesidad benevolente y hasta lógica, aún más cuando estamos en una relación matrimonial que inició con un «te amo» y se selló en los votos de ambos cónyuges expresando públicamente que se aman y se amarán por siempre.
En este punto, rumbo a la luna de miel, se empiezan a empañar las expectativas de las películas románticas que nos han vendido una idea utópica de que esa es la cúspide del amor que durará para siempre. Sin embargo, quienes hemos estado casadas por más de un día, podemos afirmar que el matrimonio no es fácil, que el romance no sostiene un matrimonio, y que las expectativas del romance “hollywoodense” no es realmente una demostración del verdadero amor.
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El verdadero amor
Como cristiana, necesitas reconocer que tu matrimonio está compuesto de dos pecadores luchando por reinar o por dejar que Cristo reine en las dificultades que no tardarán en aparecer. Si reina el “yo”, más pronto de lo que quisiéramos, brotarán las palabras: «creo que mi esposo no me ama porque no hace esto, o porque dejó de hacer…, o no me demuestra su amor como yo quiero para proveerme de la seguridad que necesito».
Podemos afirmar que el matrimonio no es fácil, sin embargo, nuestras acciones y respuestas a las discusiones matrimoniales denotan que aún estamos esperando que se desarrolle el tipo de amor que deseamos. Es decir, cuando nuestras expectativas no se cumplen, cuando conocemos de primera mano el pecado de nuestro esposo al momento de que las dificultades externas se asoman tales como la escasez, el despido de un trabajo, la muerte de un familiar, una enfermedad.
¿Sabes cuál es el verdadero amor que ambos cónyuges necesitan reconocer y experimentar diariamente? Pablo responde: «Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5:8). El verdadero amor es sacrificial. No podemos imitarlo si personalmente no lo experimentamos de nuestro Dios, quien es amor.
Sabernos amadas
Ahora bien, no hay nada malo en ser recordada que eres amada. De hecho, Dios lo hace constantemente cada vez que lees su Palabra, en cada bendición y bondad que recibes de Él todos los días. Desear que tu esposo te demuestre su amor con palabras, gestos, detalles y amor físico no es malo en sí, el problema es cuando respondemos pecaminosamente a esa necesidad que no es cumplida.
Hay dos escenarios. Uno: “mi esposo cambió, él antes era cariñoso y detallista”. Dos: “pensé que, al casarnos, él sería más amoroso”. Si lees cuidadosamente, apartando tu corazón entristecido y lastimado, estas son expectativas tuyas que quizás te cegaron a ver más allá de las luchas de tu ahora esposo. Expectativas que quizás colocaste en el centro de la seguridad o fundamento de tu matrimonio.
Algunas personas apelarán al decir que esto se trata de conocer los lenguajes del amor de cada uno, pero quisiera retarte más a escudriñar tu corazón en dos cosas: una, ¿qué es el verdadero amor? Dos, ¿a qué te llama ese verdadero amor?
Dar amor
Ya establecimos que el verdadero amor es Cristo y su obra de salvación por nosotras, la cual nos fue dada por gracia, como un regalo inmerecido, cuando ni siquiera lo estábamos buscando. Así que, ¿qué es el verdadero amor? Es la obra de Cristo por nosotras. Es a partir de reconocer esta obra de perdón y de amor que eres libre y llena para amar y perdonar a otros constantemente. Mira lo que dice Pablo acerca de esto: «Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo. Sean, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y anden en amor, así como también Cristo les amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma» (Ef 4:32-5:1-2).
¿A qué te llama este verdadero amor de Dios para contigo? El verdadero amor a los ojos de Cristo es sacrificial que da su vida por otros, como Él lo hizo para luego imitarlo de manera que sea una ofrenda de amor a nuestro Dios Padre. Porque estamos llenas de su amor podemos dar su amor libremente y sin enojo. Nuestro esposo podrá ser áspero y tú con gran necesidad de abrazos, detalles, pero quizás sea una ocasión santificadora de parte de Dios para que encuentres en Él lo que necesitas; de encontrar contentamiento en otras buenas acciones de tu esposo en las que sí te demuestra su amor y cuidado.
Si quieres conocer más sobre el contentamiento en un matrimonio, lee nuestro artículo sobre el contentamiento
Sé que no es fácil morir a pedir una muestra de afecto, de afirmación, por eso correr a Cristo, que se compadece de ti y entiende, es la solución que progresivamente te llena más.
Escoge orar por tu esposo, trae tu petición y dolor a Dios, Él obrará según su sabiduría en él. No insistas a tu esposo, no corras a la queja o a la murmuración de él con otras, no cultives amargura ni envidia, no maximices esto y minimices lo que sí hace para mostrarte su amor por ti y su amor por Dios. Además, recuerda que nuestros esposos también tienen luchas, preocupaciones, también están en proceso de santificación, también son pecadores como tú.
No podemos cambiar a nuestros esposos, pero sí podemos orar por ellos y aceptar la obra santificadora que Dios también está haciendo en nuestros corazones para depender de Él, amarlo más a Él, y sabernos amadas perfectamente en Él. No nos sintamos culpables porque Dios sí ha llamado a nuestros esposos a amarnos (Ef 5:25), pero nosotras no lo exigimos ni nos frustramos a tal punto que afirmemos que no nos aman.
Dar amor sin esperar recibir es un acto noble que imitamos de Cristo, quien se entregó por nosotras sin reservas. Sea el Espíritu Santo quien te llene y libere para dar amor a tu esposo en llevar a cabo tu llamado de esposa como Dios lo pide en su Palabra, de esta manera, agradas a Dios, quien traerá contentamiento a tu corazón, un día a la vez.
Publicado originalmente aquí
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