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Por: Norman Geisler

Este artículo forma parte de la serie: Respuestas a las sectas

MATEO 16.16-18: ¿Apoya este pasaje la infalibilidad papal, como afirman los católicos?

TERGIVERSACIÓN: Los católicos usan la declaración de Jesús a Pedro, ―sobre esta roca edificaré mi iglesia -, para apoyar su doctrina de infalibilidad papal. ¿Le da Jesús a Pedro autoridad única como cabeza de la iglesia?

CORRECCIÓN DE LA TERGIVERSACIÓN: Entendido correctamente, este texto dista mucho de apoyar el dogma de la infalibilidad papal.

Muchos protestantes insisten en que Cristo no se refería a Pedro cuando dijo que ―esta roca― sería el fundamento de la iglesia. Señalan que:

1. A Pedro se le habla en segunda persona (―tú―) en este pasaje, mientras que ―esta roca― es en tercera persona.

2. ―Pedro― (pétros) es un término masculino singular y ―roca― (pétra) es femenina singular. Por consiguiente, no tienen el mismo referente. Aun si Jesús dijo estas palabras en arameo (que no distingue géneros), el inspirado original griego sí hace tales distinciones.

3. La misma autoridad que Jesús le dio a Pedro en Mateo 16.18 se la da a todos los apóstoles en Mateo 18.18.

4. Ningún comentarista católico le da a Pedro la primacía en maldad simplemente porque fue señalado por la reprimenda de Jesús unos cuantos versículos después: ―¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres ― (Mt 16.23). ¿Por qué, pues, deben darle la primacía en autoridad a Pedro porque Jesús lo señaló en su respuesta a la afirmación de Pedro? Sólo era lógico que Jesús respondiera a Pedro, ya que sólo Pedro habló, aunque representaba el grupo.

5. Se pueden citar a ciertas autoridades, algunas católicas, que consideran que Pedro no es el referente, entre ellos Juan Crisóstomo y San Agustín. Este escribió: ―Sobre esta roca, por lo tanto, dijo, que tú has confesado, yo edificaré mi Iglesia. Pues la Roca (petra) es Cristo; y sobre este fundamento fue edificado Pedro mismo― (Agustín, ―Del Evangelio según Juan―, Tratado 12435, The Nicene and Post-Nicene Fathers Series I [Los padres nicenos y post-nicenos, Serie I], 7:450).

Aun si Pedro es la roca a la que se refirió Cristo, como reconocen aun algunos eruditos no católicos, no fue la única roca en los cimientos de la iglesia. Como ya se notó antes, Jesús les dio a todos los apóstoles el mismo poder (―llaves―) para ―atar― y ―desatar― que le dio a Pedro (cf. Mt 18.18). Esas eran frases rabínicas comunes que se usaban con referencia a ―prohibir― y ―permitir―. Las ―llaves― no eran ningún poder misterioso dado solamente a Pedro, sino el poder concedido por Cristo a su iglesia mediante el cual, cuando proclaman el evangelio, pueden proclamar el perdón de pecado por Dios a todos los que crean.

Como observó Juan Calvino: ―Como por la doctrina del Evangelio los cielos nos son abiertos, la comparación de las llaves le conviene muy bien. Ahora bien, tenemos que nadie es atado o desatado delante de Dios, sino en cuanto que unos son reconciliados por la fe, y los otros, por su incredulidad, son mucho más atados- (Calvino, Institución de la religión cristiana, 4:6.4).

Además, las Escrituras afirman que la iglesia está edificada ―sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo―  (Ef 2.20). Dos cosas se desprenden de esta declaración: En primer lugar, todos los apóstoles, no sólo Pedro, son el fundamento de la iglesia; y en segundo lugar, el único que recibió un lugar de prominencia especial fue Cristo, la piedra del ángulo. En efecto, Pedro mismo se refirió a Cristo como ―la cabeza del ángulo― de la iglesia (1 P 2.7) y al resto de los creyentes como ―piedras vivas (v. 5) en la superestructura de la iglesia. No hay indicio alguno de que a Pedro se le diera un lugar de prominencia especial en el fundamento de la iglesia, por encima de los demás apóstoles y por debajo de Cristo. Él es sólo una ―piedra― junto con los otros once apóstoles (Ef 2.20).

El papel de Pedro en el Nuevo Testamento dista mucho de la afirmación católica de que se le dio una autoridad única entre los apóstoles. Aunque Pedro sí predicó el sermón inicial en el día de Pentecostés, su papel en lo que sigue de Hechos difícilmente es el de aposto principal; más bien, es uno de los ―grandes apóstoles― (plural, 2 Co 12.11). Por inspiración de Dios el apóstol Pablo reveló que ningún apóstol era superior a él cuando afirmó que ―de ningún modo soy inferior a los [denominados] «superapóstoles»― (2 Co 12.11, NVI).

Nadie que lea Gálatas detenidamente puede quedarse con la impresión de que ningún apóstol sea superior al apóstol Pablo. Pabló afirmó haber recibido su revelación en forma independiente de los demás apóstoles (Gl 1.12; 2.2), estar a la par de Pedro (G1 2.8), y aun usó su revelación para reprender a Pedro (Gl 2.11-14).

Asimismo, el hecho de que tanto Pedro como Juan fueran enviados por los apóstoles a una misión a Samaria revela que Pedro no era el único apóstol superior (Hch 8.4-13). En efecto, si Pedro era el apóstol superior ordenado por Dios, es raro que se dé más atención al ministerio del apóstol Pablo que al de Pedro en el libro de Hechos. Pedro es el centro de atención en partes de los capítulos 1-12 pero Pablo es la figura dominante de los capítulos 13-28.

Aunque Pedro se dirigió al primer concilio (en Hch 15), no ejerció primacía sobre los demás. La decisión provino de ―los apóstoles los ancianos, con toda la iglesia― (Hch 15.22; véase v. 23). Muchos apóstoles opinan que Jacobo, no Pedro, presidió el concilio, ya que él fue quien pronunció el último discurso del concilio (cf. vv. 13-21; véase, p. ej., Bruce, 86s).

De todos modos, Pedro mismo reconocía que no era el único pastor de la iglesia, sino sólo un ―anciano también con ellos― (1 P 5.1-2).Y aunque sí afirmaba ser un ―apóstol― (1 P 1.1), en ninguna parte afirmaba ser ―el único apóstol― ni tan siquiera el jefe de los apóstoles. Con toda seguridad era un apóstol destacado, pero aun así sólo era una de las ―columnas― (plural) de la iglesia, junto con Jacobo y Juan; no era la única columna (véase Gl 2.9).

Entiéndase como se entendiere el papel de Pedro en la iglesia primitiva, no hay ninguna referencia en absoluto a ninguna supuesta infalibilidad de la cual estuviera dotado. De hecho, la palabra ―infalible― no aparece nunca en el Nuevo Testamento. Cuando ocurren palabras o frases paralelas, se emplean con referencia solamente a las Escrituras, no a la capacidad de alguno de interpretarlas. Jesús dijo, por ejemplo, que ―la Escritura no puede ser quebrantada―  (Jn 10.35).Y ―antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley― (Mt 5.18).

Todo eso no quiere decir que Pedro no tuviera un papel importante en la iglesia primitiva. Parece haber sido el dirigente inicial del grupo apostólico. Como ya se observó, junto con Jacobo y Juan, era una de las ―columnas― de la iglesia primitiva (G1 2.9). Fue Pedro quien predicó el gran sermón en el día de Pentecostés cuando se dio el don del Espíritu Santo, recibiendo a muchos judíos en el redil cristiano. También fue Pedro que habló cuando el Espíritu de Dios cayó sobre los gentiles en Hechos 10. Sin embargo, a partir de este momento Pedro se va pasando a un segundo plano y Pablo se vuelve el apóstol dominante, llevando el evangelio hasta los confines de la tierra (Hch 13-28), escribiendo aproximadamente la mitad del Nuevo Testamento (a diferencia de las dos epístolas Pedro), y aun reprendiendo a Pedro por su hipocresía (G1 2.11-14).

En síntesis, no hay pruebas en Mateo ni en ningún otro texto que apoyen el dogma católico de la superioridad, por no decir nada de la infalibilidad, de Pedro.

Lo más importante es que, fueran cuales fuesen los poderes apostólicos que tuvieran Pedro y los demás apóstoles, queda claro que no fueron transmitidos a nadie más después que murieron. Porque para ser apóstol uno tenía que ser un testigo ocular en el primer siglo del Cristo resucitado. Este es el criterio mencionado en repetidas ocasiones en el Nuevo Testamento (cf. Hch 1.22; 1 Co 9.1; 15.5-8). Por tanto, no pudo haber ninguna verdadera sucesión apostólica en el obispo de Roma ni en nadie más.

A estas personas escogidas se les dieron ciertas inequívocas ―señales de apóstol― (2 Co 12.12). Estos dones en función de señal incluían la habilidad de resucitar a los muertos al dar la orden (Mt 10.8), sanar inmediatamente enfermedades que eran incurables por naturaleza (Mt 10.8; Jn 9.1-7), realizar inmediatamente exorcismos exitosos (Mt 10.8; Hch 16.16-18), decir mensajes en idiomas que nunca habían estudiado (Hch 2.1-8; cf. 10.44-46), y transmitir dones sobrenaturales a otros para que les ayudaran en su misión apostólica de fundarla iglesia (Hch 6.6; cf. 8.5-6; 2 Ti 1.6). En una oportunidad los apóstoles pronunciaron una condena de muerte sobrenatural sobre dos personas que habían ―mentido al Espíritu Santo―, y de inmediato cayeron muertas (Hch 5.1-11).

Es de notar que esos poderes milagrosos especiales cesaron durante la vida de los apóstoles. El escritor de Hebreos (c. 69 d.C.) se refirió a esos dones en función de señal de apóstol como algo ya pasado cuando habló del mensaje ―anunciad[o] primeramente por el Señor― que ―nos fue confirmad[o] [en el pasado] por los que oyeron [a saber, los apóstoles], testificando Dios juntamente con ellos, con señales, prodigios, diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad― (Heb 2.3-4). Judas, escribiendo hacia finales del primer siglo (después de 70 d.C.), habla de ―la fe que ha sido una vez dada [en el pasado] a los santos― (Jud 3), exhortando a sus oyentes a ―tene[r] memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo― (Jud 17). Aquí también se habló del mensaje apostólico, milagrosamente confirmado, como algo en el pasado para el año 70 d.C.

A pesar de la profusión de milagros apostólicos (cf. Hch 28.1-10) hasta el final del libro de Hechos (c. 60-61 d.C.), no se registra ningún milagro apostólico en las epístolas de Pablo después de ese tiempo. De hecho, cuando algunos de sus leales colaboradores estaban enfermos, parece que Pablo no podía sanarlos (Flp 2.26-27; 2 Ti 4.20); más bien, pedía oración para ellos o recomendaba que tomaran medicina (1 Ti 5.23). Los milagros especiales para confirmar la condición de apóstol parecen haber desaparecido aun antes de la muerte de los apóstoles.

Además, esas señales milagrosas especiales les fueron dadas a los apóstoles para establecer su autoridad como los representantes de Cristo en la fundación de su iglesia. Jesús les había prometido ―poder― especial para ser sus testigos (Hch 1.8). El apóstol Pablo habló de ―las señales de apóstol― al confirmar su autoridad para los corintios, algunos de los cuales la habían desafiado (2 Co 12.12).

Hebreos 2.3-4 indica que los milagros apostólicos especiales fueron dados para confirmar su testimonio de Cristo. En efecto, era la norma de Dios darles milagros especiales a sus siervos para confirmar que sus revelaciones eran de Dios (Ex 4; 1 R 18; Jn 3.2; Hch 2.22).

En resumen, puesto que para ser apóstol uno tenía que ser un testigo ocular en el primer siglo del Cristo resucitado; puesto que a esos testigos apostólicos se les dieron ciertas inequívocas ―señales de apóstol― para establecer su autoridad; y puesto que esos poderes milagrosos especiales cesaron durante la vida de los apóstoles, se sigue que nadie desde el primer siglo ha poseído autoridad apostólica. En suma, la ausencia de esos dones apostólicos especiales constituye una prueba de la ausencia de la autoridad apostólica especial. Lo que queda hoy son las enseñanzas de los apóstoles (en el Nuevo Testamento), no el oficio de apóstol ni su autoridad. La autoridad de los escritos apostólicos ha reemplazado la autoridad de los escritores apostólicos del primer siglo.

El Dr. Norman Geisler es autor o coautor de unos cincuenta libros y centenares de artículos. Él ha enseñado en la universidad y a nivel de graduados por cuarenta y tres años. Ha dado conferencias y presentado debates en cincuenta estados y en veinticinco países de seis continentes. 


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