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Por: J.C. Ryle
Leer: Mateo 27:45–56
En estos versículos leemos la conclusión de la pasión de nuestro Señor Jesucristo. Después de seis horas de agónico sufrimiento, fue obediente hasta la muerte y “entregó el espíritu”. Hay tres asuntos en la narración que exigen ser considerados de manera especial; concentraremos nuestra atención en esos tres.
Observemos, en primer lugar, las extraordinarias palabras que Jesús pronunció poco antes de su muerte: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.
Hay un profundo misterio en estas palabras, el cual ningún hombre mortal puede alcanzar a comprender. Indudablemente, lo que hizo que nuestro Señor las dijera no fue meramente el dolor físico; semejante explicación es absolutamente insatisfactoria, y constituye una deshonra para nuestro bendito Salvador. El propósito de tales palabras era expresar la realidad de la opresión que fue para su alma la inmensa carga de los pecados de todo un mundo; su propósito era mostrar que es cierto y literal que Él fue nuestro Sustituto, que fue hecho pecado y maldición por nosotros y que soportó en su persona la justa ira de Dios contra el pecado de todo un mundo. En aquel terrible momento, Dios “cargó en él el pecado de todos nosotros” hasta lo sumo. Dios “quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento” (Isaías 53:10). Él llevó nuestros pecados: cargó con nuestras transgresiones. Qué pesada debió de ser aquella carga, y qué real y literal debió de ser la sustitución de nuestro Señor por nosotros, para que Él, el eterno Hijo de Dios, llegara a afirmar que por un momento había sido “desamparado”.
Dejemos que esa expresión penetre bien hondo en nuestros corazones, y no la olvidemos. No podemos encontrar una prueba mejor de la pecaminosidad del pecado, ni de la naturaleza vicaria de los sufrimientos de Cristo, que ese grito suyo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Es un grito que debería despertar en nosotros odio al pecado e impulsarnos a confiar en Cristo.
*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo.
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