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Por: A. W. Tozer

Este artículo forma parte de la serie «Encuentros con el Dios Todopoderoso»

Él reina sobre la bóveda de la tierra, cuyos habitantes son como langostas. Él extiende los cielos como un toldo, y los despliega como carpa para ser habitada. ISAÍAS 40:22

No sé dónde está el cielo. Leí que la gente del programa espacial disparó una flecha bañada en oro a unos cien mil kilómetros en el aire, y algunos se preguntan si al fin podría estar llegando o no al cielo. Tengo que sonreír ante eso, porque Dios no habita en el espacio; el espacio es nada para Dios.

El gran corazón infinito de Dios reúne en sí mismo a todo el espacio. Nuestro programa espacial es como un bebé que juega con una pelota de goma en Wrigley Field. No puede hacer nada más que dar vueltas y gatear tras ella. Si la aleja a unos sesenta centímetros de distancia, chilla de placer como si hubiera bateado un jonrón. Sin embargo, allá afuera, a unos ciento veinte metros, se extiende el campo.

Se necesita un hombre fuerte para batear una pelota por encima de la cerca. Cuando el hombre envía su pequeña flecha, que llega a la luna y se pone en órbita a su alrededor, se jacta por esto durante años. Vamos, pequeño, juega con tu pelota de goma.

Entonces, el gran Dios que lleva el universo en su corazón, sonríe. No está impresionado. Él está llamando a la humanidad hacia sí mismo, a su santidad, belleza, amor, misericordia y bondad. Ha venido para reconciliarnos y nos llama a volver.

Para nosotros, Señor, es muy fácil que pensemos demasiado en nuestro intelecto mundano. Ayúdame a verte de nuevo en toda tu gloria, a fin de que pueda ver mi pequeñez en comparación y mi necesidad de ti. Amén.


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