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Por: Miguel Núñez

Este artículo forma parte de la serie «95 tesis para la iglesia de hoy» del Pastor Miguel Núñez

La verdadera predicación no es una conversación ni una discusión democrática, sino una declaración de la voluntad de Dios

Basada en 2 Timoteo 4:2

La predicación apela a la mente, apela a las emociones después que la mente ha sido informada, y apela a la voluntad. La verdadera predicación pronuncia un veredicto que tendrá consecuencias. La predicación declara la verdad de Dios y, de manera directa e indirecta, señala la mentira, el error y el pecado.

Solo por medio de la predicación seremos convencidos de pecado y, por consiguiente, tendremos frutos de arrepentimiento. Por esta razón, el apóstol Pablo instruía a su discípulo Timoteo, diciéndole: “Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción” (2 Timoteo 4:2). El apóstol Pablo estaba convencido del poder de la Palabra para producir el nuevo nacimiento.

El predicador necesita una convicción que lo sostenga en el púlpito cuando todos los demás no quieren creer lo que Dios ya ha revelado. Y, por tanto, necesitamos recobrar el propósito de la predicación, la intencionalidad de esa predicación, y recordar todo el tiempo que los frutos dependen de Dios, quien inspiró la Palabra.


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