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Por: John Piper.
También es así con los pecados. Es posible que fumemos hasta provocarnos un enfisema, o que perdamos una pierna porque un conductor ebrio choca contra nosotros. Pero ni nuestros pecados ni los de otros son determinantes en lo que nos sucede. Dios es quien decide. De nuevo, el cristiano puede utilizar las palabras de Génesis 50:20 para cada ataque de la naturaleza, Satanás, o el pecado: «pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien».
Podemos decir esto, aunque seamos pecadores que no merecemos nada, porque Dios lo dijo primero sobre todos los pecados que llevó su Hijo en la cruz por nosotros. Herodes, Pilato, los crueles soldados y los gritos de las multitudes querían la muerte del Hijo por maldad, pero Dios lo planeó para bien (Hech. 4:27-28). Esa es la base de todo el bien que Dios promete en medio de nuestro sufrimiento. Y el bien que Dios tiene en mente para Sus hijos tiene un número incalculable de implicaciones.
Nos hace el bien para que tengamos más fe. «Nos sentíamos como sentenciados a muerte. Pero eso sucedió para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos» (2 Cor. 1:9).
Nos hace el bien para que seamos más justos. «Ciertamente, ninguna disciplina, en el momento de recibirla, parece agradable, sino más bien penosa; sin embargo, después produce una cosecha de justicia» (Heb. 12:11).
Nos hace el bien para que tengamos más esperanza. «Nos regocijamos […] en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza>> (Rom. 5:2-4).
Nos hace el bien para que experimentemos una mayor gloria de Dios. «Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento» (2 Cor. 4:17).
<<Satanás, las causas naturales, el pecador; todos buscaron mi sufrimiento, pero Dios lo planeó para bien; el bien de una mayor fe, el bien de una mayor justicia, el bien de una mayor esperanza, el bien de una mayor gloria». O, como sugiere Juan 9:3, ni siquiera consideren causas secundarias, porque «ni él pecó, ni sus padres, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida».
Fragmentos tomados del libro de Piper «Asombrados por Dios»
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