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Por: J.C. Ryle

Leer: Mateo 26:57–68

Este hecho es muy instructivo, y merece nuestra atención. Es una prueba clara de que la ostentación de un alto cargo eclesiástico no exime a nadie de cometer graves errores en lo referente a doctrina, y tremendos pecados en la práctica. Los sacerdotes judíos podían demostrar que sus raíces se remontaban hasta Aarón, de quien eran sucesores directos; su oficio estaba revestido de una santidad especial, y llevaba consigo responsabilidades particulares; sin embargo, estos mismos hombres fueron los asesinos de Cristo.

Guardémonos de considerar infalible a ningún ministro de religión; su ordenación, por muy escrupulosa que haya sido, no garantiza que no vaya a poder desviarnos del buen camino, y aún ocasionar la perdición de nuestra alma. Tanto la enseñanza como la conducta de todos los ministros ha de ser puesta a prueba mediante la Palabra de Dios; se les debe obedecer en todo aquello en lo que ellos mismos obedezcan a la Biblia, pero nada más. La máxima de Isaías ha de ser nuestra guía: “¡A la Ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isaías 8:20).

*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo. 


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