Por: J.C. Ryle
Lea: Mateo 26: 36 -46
Nuestro Señor se dejó arrestar por su propia voluntad. No fue llevado preso porque no hubiera podido escapar; podría fácilmente haber hecho que a sus enemigos se los llevara el viento, si lo hubiera estimado oportuno. “¿Acaso piensas —le dice a uno de sus discípulos— que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?”.
En esas palabras vemos el secreto de su entrega voluntaria a sus enemigos. Vino con el propósito de cumplir los tipos y las promesas de las Escrituras del Antiguo Testamento, y para proporcionar, en su cumplimiento, una forma de salvación para el mundo; vino con la intención de ser el auténtico Cordero de Dios, el Cordero de la Pascua; vino voluntariamente a ser el macho cabrío expiatorio sobre el que se habría de expiar la iniquidad del pueblo. Su corazón estaba resuelto a llevar a cabo esta grandiosa obra. Y no podía hacerla sin esconder su poder (cf. Habacuc 3:4) durante algún tiempo; para hacer esa obra, se convirtió en un sufridor voluntario. Fue arrestado, juzgado, condenado y crucificado, todo ello por su propia voluntad.
Prestemos atención a este punto, pues contiene un gran motivo de ánimo. El sufridor voluntario ha de ser, sin duda, un Salvador voluntarioso. El todopoderoso Hijo de Dios, que permitió que los hombres lo ataran y se lo llevaran preso cuando podría habérselo impedido con una sola palabra, ha de tener sin duda una gran voluntad de salvar a las almas que se acerquen a Él. También por esto, pues, aprendamos a confiar en Él, y a no temer.
*John Charles Ryle fue un obispo evangélico anglicano inglés. Fue el primer obispo anglicano de Liverpool y uno de los líderes evangélicos más importantes de su tiempo.
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