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Este artículo forma parte de la serie: «El cristiano con toda la armadura de Dios«

El cristiano con toda la armadura de Dios, es sin duda uno de los mayores de los escritos práctica de los puritanos. Sobre este libro, Charles Spurgeon escribió: “La obra de Gurnall no tiene igual y es valiosísima. Cada una de sus líneas está llena de sabiduría; cada frase es sugestiva. Esta “armadura completa” es por encima de todo, un libro de predicador. Tiendo a pensar que habrá sugerido más sermones que ningún otro volumen no inspirado. A menudo he recurrido a Él cuando mi propio fuego ha ardido bajo, y pocas veces he dejado de encontrar algún carbón encendido en el hogar de Gurnall”

Citas selectas:

– Cuando Cristo volvió al Padre, no se llevó ni corona, ni plata ni oro de esta tierra. Por supuesto que algunos arriesgan su vida a diario por estas cosas, pero ¿cómo comparar las riquezas terrestres con el Cielo? Las glorias terrenales no son más adecuadas para la Gloria que los mendrugos del pordiosero para la mesa de un príncipe, ni que un abrigo remendado para un ajuar real.

– Cuando  vemos cómo el Padre clava el cuchillo mortal de su ira en el corazón de Jesús en medio del dolor y de las súplicas mismas de este, vaciando la vida de su cuerpo, ello revela el odio divino hacia el pecado más que todos los gritos de tormento del Infierno.

– Las espaldas de toda la población condenada en el Infierno no son lo bastante anchas para llevar todo el peso de la ira de Dios a la vez, porque esta es infinita y ellos finitos. Y si esto fuera posible, no estarían retorciéndose aún en esa lúgubre prisión por no pagar. Pero mira a Aquel que cargó con la maldición total por el pecado. Los sufrimientos de los pecadores condenados son infinitamente extensivos por eternos; pero los de Cristo fueron infinitamente intensivos. Él pagó de una vez lo que ellos estarán pagando eternamente, sin acabar jamás.

– Imagínate a un padre con un solo hijo —y que no puede tener más— enviando a ese hijo a la cárcel y condenándolo a muerte con su propia boca. Entonces, para asegurarse de que la ejecución se lleve a cabo con el tormento más horrible posible, observa la muerte de aquel con los ojos llenos, no de pena, sino de ira. Si estudias el semblante de este padre, llegas a la conclusión de que seguramente odia, o bien a su hijo o el crimen que cometió. Esto es lo que se ve en la actitud del Padre hacia el Hijo, porque el causante de la muerte de Cristo fue Dios más que ningún hombre o demonio.

– ¿Quieres la paz con Dios? No esperes encontrarla en la penitencia: “El castigo de nuestra paz fue sobre él” (Is. 53:5). ¡Ten por seguro que nunca podrás hacer tu propia paz! Es por el nombre de Cristo, y él hizo la obra solo: “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno” (Ef. 2:14). Judío y gentil son uno con Dios y entre sí.

– ¿Quieres justicia? No aparezcas ante Dios con tu propia vestimenta. Alguien ha provisto tu justicia: “Y se dirá de mí: Ciertamente en Jehová está la justicia y la fuerza” (Is. 45:24). ¿Deseas el derecho a la gloria celestial? Tu plata y tu oro no bastan para comprarlo. El precio no puede salir de tu bolsillo; tiene que salir del corazón de Cristo. Él nos lo ha comprado, no con plata ni oro sino con su sangre preciosa, una herencia tan gratuita como los bienes de un padre legados a sus hijos (cf. Ef. 1:14).

– En cuanto el primer hombre se rebeló contra su Hacedor, el corazón del Señor tuvo compasión de él, y no dejó que el sol se pusiera sobre su enojo. En el mismo día que pecó el hombre, Dios predicó la paz por medio de la simiente de la mujer (cf. Gn. 3:15).

– “Id […] y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15). Jesús quería decir: “Ofrece la paz a todos. No hagas distinciones: rico o pobre, pecadores empedernidos, viejo o joven. Invítalos a todos, porque tengo sitio para todo aquel que se arrepienta y crea”.

– Si preguntas a un pescador por qué está con el anzuelo en el agua toda la noche, responderá que le gusta la pesca. Por eso sabemos el por qué Dios espera a los pecadores durante meses o años, predicándoles: se complace en perdonarlos por su gracia y misericordia.

– Podrías tener todos los imperios del mundo en tu mano, y a las naciones arrastrándose a tus pies, como los animales se presentaron delante de Adán. Tu vida podría ser el doble de larga que la de Matusalén para disfrutarlo todo, sin ni siquiera una nube que lo oscureciera. Pero si te falta la paz, yo preferiría ser un gusano bajo tus pies o un sapo en una zanja, que tú mismo en tu palacio. Un pensamiento acerca de la muerte cercana y del tormento que te aguarda puede destruir al instante toda tu felicidad presente.

– Supongamos que Dios te dijera: “Soy tu amigo; he mandado que nunca vayas al Infierno. Tengo en mi mano tu indulto, para que jamás seas arrestado por tu deuda conmigo. Pero en cuanto a la comunión, no la esperes; he acabado contigo y nunca vas a conocerme mejor”. Si le escucharas esto al Padre, ¿cuánto te agradaría la paz? Aunque se apagaran los fuegos del tormento, la angustia infernal permanecería en las lúgubres tinieblas sin la presencia de Dios.

– El corazón inconverso busca la paz sin anhelar la comunión con Dios. Como el traidor, está dispuesto a prometerle al rey lo que sea, con tal de salvarse de la ejecución.

– El Señor Todopoderoso es demasiado glorioso para encontrarse con sus humildes criaturas de igual a igual. Un rey puede hacer la paz con otro, o puede conseguirla por la fuerza. Pero para vencer a un súbdito rebelde, encadenado y desamparado, el rey solo tiene que mandarlo ahorcar por traición. El gran Dios quiere que comprendas esto. Que regateen y pongan condiciones aquellos que pueden usar la fuerza y vivir sin paz. Pero, pecador, espero que tú no te creas en posición de enfrentarte a Dios en batalla. La única manera de vencerlo a él es de rodillas, mientras postrado confiesas: “Señor, mi vida es tuya. Seré tu cautivo, y escojo morir por mano de tu justicia en lugar de luchar contra tu misericordia”.

Para leer la biografía de William Gurnall, sigue ESTE ENLACE.


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