Por: Ray Comfort
Niega la realidad del pecado, y diariamente te sorprenderá el comportamiento humano. Las personas más amables que no temen a Dios todavía mienten y roban.
En un artículo titulado «Por qué las personas éticas toman decisiones poco éticas», el autor dijo:
A pesar de las buenas intenciones, las organizaciones se preparan para catástrofes éticas al crear entornos en los que las personas se sienten obligadas a tomar decisiones que nunca podrían haber imaginado. La exfiscal federal Serina Vash dice: “Cuando comencé a procesar la corrupción, esperaba entrar a las salas y encontrar a las personas más viles. Me sorprendió encontrar personas ordinariamente buenas con las que bien podría haber tomado un café esa mañana. Y seguían siendo buenas personas que habían tomado decisiones terribles.1
El más dulce de nosotros tiene un corazón que es a la vez engañoso y desesperadamente malvado:
Engañoso es el corazón más que todas las cosas,
y desesperadamente malvado;
¿Quién puede saberlo? (Jeremías 17:9)
Niega que esto sea cierto de ti mismo y te preparas para caer. Reconócelo e identificarás a tu enemigo más formidable. El mayor enemigo de Judas era él mismo. Si no se hubiera entregado al pecado, Satanás no habría entrado en él. Dad lugar al diablo, y como león rugiente os devorará.
El pecado es un océano en el que una vez nadamos. En ella vivíamos, nos movíamos y teníamos nuestro ser. Pero en Cristo fuimos sacados. Él nos rescató antes de que fuéramos arrastrados por su terrible corriente. Una vez estuvimos a su alcance, pero ahora el temor del Señor nos mantiene fuera.
Si David hubiera temido a Dios, cuando sus ojos se abrieron al bañar a Betsabé, nunca habría cometido adulterio y luego cometido asesinato. Si Judas hubiera temido a Dios, no habría permitido que la semilla de la codicia entrara en su corazón y luego hubiera dejado que le colocaran una soga alrededor del cuello. Si Sansón hubiera temido al Señor, no habría permitido que la lujuria lo llevara al pecado y, como Judas, a la tragedia del suicidio.
Cuán bendecidos somos de que las Escrituras nos enseñen acerca de la naturaleza de autoconservación del temor de Dios. Qué afortunados somos de poder leer acerca de David, Judas, Sansón y muchos otros que no escucharon ese temor y decidieron no seguir sus necios pasos.
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